Un municipio de la provincia de Cádiz, el de Tarifa, conocido sobre todo por los fuertes vientos, que explican a la vez la proliferación de parques eólicos en tierra y de practicantes del windsurf en sus aguas, aprobó un plan que autorizaba la construcción de 350 viviendas y varios hoteles con capacidad para 1.400 plazas.

El Ayuntamiento es del Partido Popular, pero daría seguramente igual que fuese socialista. Este tipo de despropósitos no tienen color político, y abundan a lo largo de nuestras costas los abusos de gobiernos locales de unos y de otros.

El pretexto siempre es el mismo: la creación de puestos de trabajo. El mismo que guía a Mr. Adelson, ese funesto norteamericano convencido – y a veces uno piensa que no le falta razón– de que este sigue siendo el país de «Bienvenido Mr. Marshall», que pretende montar en un lugar de España una ciudad dedicada al vicio del juego si le dan todo lo que quiere, que no es poco, y cuyos favores se disputan Madrid y Barcelona.

La zona de Cádiz en la que se pretendía cometer el nuevo despropósito urbanístico, de momento frustrado por una decisión de última hora de la socialista Junta de Andalucía, es una de las pocas de toda la región todavía no colonizadas por la economía del ladrillo y donde uno puede consecuentemente aún encontrar varios kilómetros de naturaleza virgen, escuchar el bramido del oleaje o los gritos agudos de las gaviotas y ver los quiebros que hacen en el aire las cometas.

Quienes impulsaban el proyecto hablaban de turismo «suave, de calidad y sostenible». Pero hemos visto en muchos otros lugares ese tipo de turismo desarrollar pronto metástasis hasta terminar invadiéndolo todo.

Mientras por culpa de tantas urbanizaciones fantasmas, de aeropuertos sin estrenar y otros desmanes urbanísticos propiciados por la corrupción, este país se ve reducido a implorar la ayuda de Europa, algunas autoridades locales se empeñan en volver a las andadas, como si no hubiera pasado nada. Y el Gobierno central por su parte rebaja mientras tanto la protección de la Ley de Costas, lo que daría teóricamente amparo a la polémica urbanización gaditana. Aquí parece que nunca se aprende.

¿No basta con lo ya construido y que en muchos casos permanece vacío? Están surgiendo cada día nuevos competidores turísticos – desde Turquía o Bulgaria hasta Marruecos– que se llevarán muy previsiblemente en el futuro, gracias a unos precios más competitivos, buena parte del turismo que acudía anualmente a nuestras costas.

Y nosotros, en vez de salvar los pocos lugares aún más o menos salvajes del litoral que nos quedan y que representan un fuerte atractivo para quienes buscan el contacto directo con la naturaleza, queremos ofrecerles más de lo mismo, aunque sea en versión edulcorada.

¿No han comprendido aún que a España se la sigue identificando fuera con el turismo de masas y que la existencia de parajes vírgenes como ése que ahora algunos pretenden contaminar es lo único capaz de desmentir, aunque sólo sea parcialmente, tan negativa imagen que con razón muchos tienen de nosotros?

Dejen que los turistas se alojen en los hoteles y urbanizaciones que ya existen en el litoral y anímeseles a gozar de esa naturaleza de vientos y dunas, de esas playas desde donde los días claros se puede divisar a lo lejos la costa africana.