Siglos de religión y siglos de ciencia se mezclan en nuestro pensamiento, y en estos días de sorpresas financieras desagradables y ahorros en peligro, cada parte reclama su forma de satisfacción. La parte religiosa (al margen de cuestiones de fe) piensa en términos de pecado y busca culpables y penitencias. La parte científica piensa en términos de causas y consecuencias y busca esclarecer los procesos. Ambas cosas son necesarias, pero los dos discursos parecen operar por separado. Así, aumenta el número de ciudadanos indignados que reclaman un escarmiento rápido, pero también vemos como se construyen explicaciones en las que nadie tiene la culpa de nada y todo era tan impredecible como un accidente geológico.

Ninguno de los dos caminos nos llevará a respuestas satisfactorias. La investigación que debe llevarse a cabo no puede evitar el señalamiento de responsabilidades individuales, pero hay que llegar a ellas desde un completo y detallado conocimiento de los hechos. No basta con afirmar que el gobernador del Banco de España no estaba vigilante y que el consejo de Bankia aprobaba cualquier cosa sin leerla. Tampoco basta con señalar que la depreciación de lo inmobiliario y el encadenamiento de recesiones sorprendieron a todo el mundo, incluidos los responsables de las pruebas de estrés que dieron por sólidas a entidades a punto de fracturar. Debemos saber por qué casi nadie vio venir lo que hoy casi todos dicen que se veía venir. Y también se debe esclarecer quién ha ganado con esta catástrofe en la que tantos han salido perdiendo, porque el dinero debe de estar en alguna parte. ¿Dónde?

Sería por ello necesario que el parlamento se decidiera a crear una comisión de investigación, pero no para señalar a media docena de culpables en el plazo de pocas semanas, sino para realizar el trabajo propio de su nombre: investigar. Esclarecer los cómos y los porqués, tanto como los quiénes. Remontándose hasta cuando haga falta. Y de todo ello extraer no solo los señalamientos de responsabilidad individual, sino las orientaciones necesarias para no volver a meter la pata. Pero la experiencia nos llama ser pesimistas sobre la probabilidad de que sus señorías hagan tal cosa.