Durante muchos años, demasiados años, los escritores desdeñaron en España el fútbol como una de las materias posibles dentro del baúl de sus metáforas. Hubo poemas de Rafael Alberti, de Miguel Hernández, cuentos de Juan García Hortelano, algunas incursiones muy relevantes de Gonzalo Suárez (como tal, no como Martín Girard, que era su seudónimo de periodista de fútbol)€ Pero hasta los años 80 del siglo pasado el fútbol vivía la triste experiencia de ser la cenicienta de los temas.

Ya pasó ese periodo, y ahora no hay una semana editorial en la que no aparezca un libro que celebre el carácter metafórico (de la vida, de la relación con la vida, de la vida en equipo, de la naturaleza de la pasión) que desprenden tanto la práctica como la visión de las jugadas. Estuve este viernes en la Feria del Libro de Madrid escuchando (y a veces participando en el evento) un diálogo sobre este síntoma de recuperación de la conversación futbolística como parte de la esencia de algunas literaturas.

Hace veinte años, dijo Jorge Valdano, una reunión así constituía siempre un lamento, porque tanto los protagonistas como los aficionados consideraban la ausencia de interés intelectual como una de las causas de empobrecimiento del fútbol. Las cosas han variado sustancialmente. Mientras escuchaba hablar a Valdano, a Alfredo Relaño, a Clara Sánchez y a Xabier Fortes (el periodista gallego, muy futbolero, que actuó como moderador), estuve anotando nombres propios que han variado sustancialmente la actitud literaria frente al fútbol, que han hecho del fútbol una de las artes de la literatura, aunque ésta sea periodística.

Se me vino a la cabeza en seguida, por supuesto, el gran Roberto Fontanarrosa, que desde Rosario, Argentina, escribió algunos de los mejores cuentos de fútbol del siglo XX. Hay varios memorables, y los dos los contó Valdano en la feria del Retiro. Uno es sobre un caballero que compara el fútbol con cada una de las bellas artes mientras ve un encuentro; y cuando el árbitro comete un fallo contra su equipo, el caballero comienza a increparle con los peores insultos. Entonces, el interlocutor que se extasiaba con aquellas comparaciones artísticas le interpela: ¿Y eso qué es? Eso es fútbol.

En el otro cuento, una pelota persigue a un adolescente, como si éste la atrajera con su magia, ante los ojos atónitos de un desempleado que ve ahí los términos más espectaculares de la belleza conmovedora que puede alcanzar el fútbol€

En América Latina hay otros grandes retratistas del fútbol desde la víscera literaria, como el también argentino Oswaldo Soriano, como el uruguayo Eduardo Galeano o como el mexicano Juan Villoro€ En España fue decisiva, después del secular ostracismo del fútbol como materia literaria, la metaforización que llevó a cabo el gran Manuel Vázquez Montalbán, que hizo de su pasión por el Barça, gracias a un pulso literario y periodístico que se echa mucho de menos en la España de hoy, un monumento de comprensión intelectual y poética de una de las emociones más misteriosas (y más pegajosas) que uno pueda imaginar.

En las últimas semanas se publicó en España otra expresión poética, narrativa y en cierto modo histórica de cómo el fútbol marca la biografía de los hombres, desde la grandeza pero también desde la mezquindad. Es la novela de Ramiro Pinilla, veterano autor vasco que en Aquella edad inolvidable traza la vida (inventada, pero posible) de un futbolista que resulta imprescindible en una victoria histórica del Athletic y que, apartado por una lesión, reside ya en la postración, la miseria y el olvido, alejado de los oropeles que le hubieran esperado si la mala suerte no hubiera oscurecido su figura€

A Onetti le encantaba una fotografía en la que el portero de la selección uruguaya, que se aburría bajo los palos en un encuentro en el que no tenía nada que hacer, leía un libro suyo mientras el juego se desarrollaba en el otro campo€ A Mario Benedetti nada lo disgustó más en vida, entre las cosas sentimentales que le disgustaban, cuando un editor mexicano puso en la portada de uno de sus libros en los que se hablaba de fútbol la bandera del Peñarol, cuando su equipo siempre fue el Nacional€

El fútbol es, para gente como Marsé, Marías o Vila-Matas, para Ignacio Martínez de Pisón y para Serrat, para Antón Castro y para Luis García Montero, para Ana María Moix y para Manuel Rivas, entre otros muchos de los que se desconoce la naturaleza de su pasión, una materia de preocupación muy seria, un baúl lleno de metáforas que a veces agitan para que ese balón envenenado explique sus distintas pulsiones civiles o sentimentales€ Un balón envenenado, por cierto, se titula una antología poética sobre el fútbol como asunto que acaban de publicar en Visor García Montero y Jesús García Sánchez. La recomiendo, como recomiendo a Fontanarrosa, a Galeano, a Soriano€ A tantos.

Decía James Joyce que ya que no podemos cambiar de país cambiemos de conversación. Bueno, ya que es tan trágica la naturaleza de la política, revestida de los ropajes oscuros de la economía, démosle al fútbol como pasión literaria el sitio en la tertulia. Al menos es un juego. Y también un juego literario.