Ríos de tinta han corrido sobre quién, nadie puede cuestionar, es uno de los grandes políticos de nuestra tierra. Ha recibido, como es normal en estos casos, alabanzas y críticas, aunque todos han coincidido en reconocerle, como mínimo, lo dilatada y fructífera de su carrera política, su perseverancia en el trabajo, su implacable labor como jefe de la oposición o sus grandes logros electorales en Andalucía.

No obstante, no todos los que han escrito o hablado sobre él, han hecho justicia a su persona. Algunos incluso han sido desconsiderados. Quien ha querido tener su minuto de gloria mediática opinando sobre cuestiones internas de un partido distinto al suyo demuestran un total desconocimiento de las reglas del juego democrático. Pero también han incurrido en una gran falta de respeto frente a lo que, al fin y al cabo, no deja de ser una decisión personal. Y es que como mínimo se espera un poco de empatía de quiénes comparten con Javier Arenas, o con cualquier otro político, la dedicación a la cosa pública, a esta noble tarea, en los últimos tiempos tan denostada y, a la vista de estos comentarios, tan falta de políticos de altura.

A él, sin embargo, nunca le habrían pillado en este tipo de renuncio. Es un político de raza, que siempre ha tratado con educación y cordialidad a sus adversarios. Algunos le han atribuido «el talante de aquellos que hicieron la Transición», una etapa de la Historia de España que él mismo comparaba con el cambio que debía de haber llegado a Andalucía el pasado 25 de marzo. Un cambio tranquilo, sin fracturas y, pensando en el interés general, sustentado en grandes pactos con el resto de fuerzas políticas. Con él es fácil imaginar que fuera así, porque es dialogante y posee una enorme capacidad para negociar y llegar a acuerdos. De ello pueden dar fe sindicatos y patronal, con quienes, como ministro de Trabajo, firmó más de doce, en poco más de tres años que dirigió esta cartera.

Es un hombre de Estado, pero también un hombre de partido. A él le debemos la ardua labor de construir, desde los más escuálidos cimientos, la primera organización política de Andalucía. La primera, no solo por haber ganado las elecciones autonómicas, sino también porque Javier Arenas convirtió un partido residual en un partido de gobierno, cohesionado internamente y con una implantación territorial de tal magnitud que en la última década ha doblado su afiliación y aumentado sus cargos públicos en más de un millar.

Pero su mejor legado es la escuela de políticos que deja al partido, a Andalucía y, por ende, a España. Sus equipos han estado formados siempre por gente muy variopinta, de orígenes muy diversos, de perfiles casi divergentes. Gente muy válida. Y aunque él mismo opina «que no todos valemos para lo mismo», tiene la habilidad de sacar lo mejor de cada uno de los que trabajamos con él para ponerlo al servicio de la política. Es imposible trabajar con él sin que, a modo de esponja y casi sin darte cuenta, te impregnes de su acervo político. Esa vocación de servicio que antepone a cualquier otro interés; esa intuición innata que le lleva a anticiparse a situaciones inesperadas e increíbles para cualquiera; esa solemnidad cuando se sube a una tribuna; esa paciencia infinita para escuchar antes de hablar; esa sensibilidad a flor de piel, desconocida por muchos y sorprendente incluso para quienes lo conocemos desde hace años; esa generosidad extrema, de la que hemos sido beneficiarios todos y cada uno de los militantes de este partido. Y es que para él nadie puede aspirar a ser un gran político, sin ser antes una buena persona.

Su maestría para hacer de los suyos los mejores, tiene como máximo exponente al que ha sido su más leal e incondicional compañero: Antonio Sanz. El propio Arenas se refiere a él como «el mejor secretario general que pueda tener una organización como el Partido Popular». Un trabajador infatigable, con una inmensa capacidad de iniciativa y estratega donde los haya. Pero lo que muy pocos saben es que a sus jornadas maratonianas en el partido, que le han hecho valedor del respeto y reconocimiento de todos sus compañeros, le siguen horas extras como voluntario de Cruz Roja y Protección Civil, lo que prueba que su compromiso con la sociedad va más allá de la política. En él también se cumple que la talla política se mide en términos de calidad humana.

La Escuela Arenas es muy numerosa y está a lo largo y ancho de nuestro partido, en todas las instituciones donde tenemos representación, en todos los pueblos y ciudades de Andalucía. Es una forma de entender y hacer política, un estilo de vida que requiere mucha vocación, sacrificio y entrega y que no siempre tienen su recompensa.

Nuestros adversarios auguran un período incierto para el PP-A, pero nada más lejos de la realidad. Deja la dirección del partido un gran político y mejor persona, pero él, que nadie lo olvide, ha hecho Escuela y esa es nuestra mejor garantía de futuro.