Este año las vacaciones vienen justitas. El paro aumenta, los sueldos bajan y lo mejor es agachar la cabeza para no recibir el golpe de la crisis. Las previsiones son un poco desoladoras. Los extranjeros vienen, pero con lo justo para gastar. Los españoles prefieren no moverse mucho, vaya a ser que se encuentren que su casa está embargada cuando vuelvan tras pasar una semana en Torremolinos. Hay miedo. Y lo que es peor, mucha incertidumbre. Si se sabe que las cosas van mal, pero hay una solución en el horizonte, se tiene miedo pero confianza en el futuro.

Ahora no tenemos ni eso. La pregunta de cada día es: ¿Qué va a pasar hoy? Así estamos, día a día, sin saber si conceptos tan desconocidos hace un año como la prima de riesgo nos condicionarán el futuro más próximo, y el más lejano. Eso va a pesar mucho en nuestras vacaciones. El que tiene trabajo, prefiere no gastar mucho por si acaso. Quién está desempleado, ahorra lo que puede porque no sabe cuándo volverá a trabajar. En esa tesitura, los viajes al Caribe se empiezan a sustituir por El Palo. Londres y París son cambiados por Fuengirola y Nerja, mientras que los circuitos culturales por las grandes capitales tienen su alternativa por la visita a las principales playas del entorno, una opción mucho más barata.

Eso no es bueno, pero casi se puede decir que inevitable. Las circunstancias pesan como una losa, aunque eso condicione el futuro de la principal industria de la provincia y motor de empleo. El turista medio poco puede hacer para cambiar esta situación. Adecúa su gasto a sus circunstancias y ahora las circunstancias llaman a ahorrar y cambiar la mariscada por un bocadillo de salchichón y una tortilla hecha en casa. El sector turístico igual no gana dinero así, pero los ultramarinos posiblemente facturarán más.

Este es el cuarto año de una crisis que empezó siendo un aterrizaje suave y donde había brotes verdes a la vuelta de cualquier esquina. Todo esto terminó en un choque brutal y los brotes eran setas alucinógenas. Después ha llegado un rescate que el Gobierno no quiere llamar por su nombre y echa mano del diccionario de eufemismos para tontos. El problema es que la crisis no acaba y las reservas se van agotando. Esto pone en peligro el turismo, del que tanto dependemos y que necesita de buenas perspectivas económicas para que funcione. El ocio es la consecuencia de la riqueza y las previsiones no son buenas. La Consejería de Turismo tiene ante sí el reto de sacar partido a lo que hay, porque como falle totalmente el turismo, sólo quedará el vacío, y del vacío no se come.