Hubo un tiempo en mi vida en que si me hubieran dado a elegir, de no seguir siendo yo, me habría gustado ser Martín Berasategui. Por muchas cosas, no por sus tres estrellas Michelín, que ya te valen, sino por ese amor inmenso que tiene hacia su patria chica y hacia los fogones. O simplemente por haber nacido los dos un 27 de abril cualquiera... Estoy seguro de que el motor del mundo es el amor; lo que pasa es que a veces, demasiadas diría, se nos olvida. Si hiciéramos las cosas por amor, el mundo no giraría tan deprisa, antepondríamos la verdad a la mentira, la pasión al rencor o a la pelea constante y con toda seguridad, la cultura al imperio de los mercados económicos.

Personalmente, prefiero la música, el teatro, el cine, los museos, las bibliotecas, las exposiciones, los artesanos o los artistas callejeros al vil sonido del dinero. Pero, lamentablemente, hasta para eso hacen falta las moneditas de esa cosa llamada euro. Leo que las pinturas más antiguas del mundo y por ello, la manifestación artística más longeva, son unas pinturas rupestres en el norte de España. Espero que los anónimos artistas autores de tales obras de arte tuvieran menos problemas que los artistas actuales.

Claro que entonces no se había inventado el dinero... Si yo pudiera, desde hoy cuando alguien se sentara en un teatro frente a una ópera o un concierto o en un museo, frente a un Picasso, un Velázquez, un Renoir o cualquier otra manifestación cultural, se le entregaría una copa de buen vino y una tapita de Berasategui... Es la única forma eficaz de olvidar el acoso de estos tiempos modernos...