Las grandes ideas nacen a menudo de la casualidad. Como Newton y la manzana. Salvando las distancias, en 1992 Christian Louboutin le daba vueltas a uno de sus zapatos cuando reparó en una de sus oficialas que se pintaba las uñas en un rojo intenso. El zapatero prodigioso decidió pintar de carmín la suela. Y nació una leyenda. Se disparó su cotización y todas las celebridades los desearon.

Pero los colores no tienen dueño. Y las suelas rojas se multiplicaron. Así que Louboutin se encaminó a la oficina de patentes para blindar sus suelas, concretamente de un rojo chino. Comenzó la batalla legal. Demandó a Yves Saint Laurent. Y luego a Amancio Ortega. Con una diferencia. Los yo-yo de Zara, además de parecerse a los Louboutin, valen diez veces menos que sus primos más baratos. Quizá esta labor social democratizadora haya pesado en el ánimo del juez que acaba de dar la razón al imperio gallego.

En la corte neoyorquina, el primer fallo Louboutin-YSL cita a Picasso. ¿Podría el pintor malagueño haber patentado el índigo de su etapa azul? De ser así, Monet habría incurrido en plagio, concluyen los magistrados. Lo de Zara es otra cosa. No hay confusión. Victoria Beckham, que se paseó a 16 centímetros de altura a pesar de su embarazo y su hernia en la boda de Guillermo y Kate, no renunciará a sus louboutins. Jennifer López, que les ha dedicado una canción, tampoco. Y Carla Bruni, que hizo cortar los tacones por no empequeñecer a Sarkozy, menos. El juez tiene claro que soñar es gratis y hacer realidad los sueños puede ser caro o, gracias al fenómeno Inditex, barato. Porque el diablo viste de Prada si puede y si no, de Zara.

Además que, en puridad, el copyright de las suelas rojas le correspondería al duque de Orleans. Si la leyenda es cierta, el hermano de Luis XIV terminó una noche loca de Carnaval en las tabernas de los mataderos del Marché des Innocents. A la mañana siguiente, el duque se presentó ante la corte de Versalles muy perjudicado y con los mocasines manchados de hemoglobina. Truculento, pero pionero.