Hagamos abstracción de su rigidez, aunque podamos llamarla tozudez, y de lo que muchos califican de insensibilidad a los problemas ajenos. Sea como fuere, hay que admitir que Angela Merkel no lo tiene precisamente fácil. Presionan por un lado, las capitales de la Europa del Sur, que reclaman a la ahorradora y disciplinada Alemania una mayor comprensión y solidaridad como única forma que tienen de dinamizar sus maltrechas economías.

Por otro, los electores alemanes, sus propios correligionarios, incluida la CSU bávara, y los medios de comunicación que la instan a mantenerse firme frente a la irresponsabilidad que reprochan a los europeos de lo que la prensa germana ha bautizado como el «Club Med» (es decir el club de los vividores).

No se trata sólo de que la prensa sensacionalista como el Bild se esté cebando con los «despilfarradores» del área del Mediterráneo, sino que incluso publicaciones tan sesudas y serias como el semanal «Die Zeit» la animan a mantener su rumbo.

La prensa insta a la canciller a no dejarse chantajear por quienes parecen olvidarse de que Alemania es un país muy distinto del de la República de Weimar y Adolf Hitler, y se empeñan en acusar a Berlín de no haber aprendido de sus errores pasados, que tanto sufrimiento causaron a Europa.

Contrarios a que su país asuma nuevos riesgos, los medios alemanes no se cansan de recordar que Berlín ha arriesgado ya 704.000 millones de euros en rescates ajenos, y eso sin contar su parte de los 62.000 millones que dicen que puede necesitar la banca española. El líder de la Unión Cristiano-social bávara, partido hermano del de la canciller, insiste en que cualquier nuevo paso en esa dirección tendría que someterse a referéndum.

Alemania no se fía. Ya pueden los otros gobiernos prometer que acometerán las reformas que tuvo que hacer en su día Berlín. Incluso un tecnócrata tan serio como el italiano Mario Monti parece aquejado de flojera últimamente.

Y ¿qué decir de los españoles, que dejaron pudrirse la situación en sus bancos hasta que no tuvieron más remedio que lanzar un SOS? ¿O los franceses, que se empeñan en rebajar la edad de jubilación cuando la tendencia general en Europa es a subirla progresivamente?

No, esos europeos del Sur no tienen remedio y hay que atarles corto, parecen pensar los alemanes. De ahí que lo mismo su Gobierno que el jefe del Bundesbank (su banco central) insistan en que no habrá responsabilidad compartida en las deudas de los demás si ellos no pueden supervisar antes el gasto ajeno.

Pero la canciller y sus expertos económicos saben al mismo tiempo que dejar que quiebre la eurozona sería al menos a corto plazo para Alemania un desastre mucho más costoso que el de un rescate de los países con dificultades.

Jens Boysen-Hogrefe, del Instituto de Economía Mundial de Kiel, ha calculado que el riesgo financiero para Alemania de esa eventualidad ascendería a 15 billones de euros. El nuevo marco se revaluaría el primer año en un 30 por ciento aproximadamente con respecto a otras monedas; las exportaciones caerían un 12 por ciento y el PIB se reduciría en más de un 7 por ciento.

Además, el país vería incrementarse fuertemente el tamaño de su deuda ya que no sólo tendría que renunciar a recuperar el dinero gastado ya en el rescate de los países de la eurozona sino también intentar salvar de la quiebra a bancos, compañías de seguros y empresas de todo orden. Los gobiernos del Sur también lo saben. Y como en una película del Oeste, la cuestión es quién pestañea primero.