Esta noche las málagas que hemos ido viviendo los que vivimos en Málaga desde pequeños nos habitarán, impregnadas en el recuerdo de ese olor a zorruno y salitre que te deja el haber estado junto a una hoguera cuando ardía algún júa en la arena. El júa multitudinario del ayuntamiento (que somos todos un poco pero a la hora de pagar sobre todo) es este año la prima de riesgo. A los griegos ya dejó de importarles cuántos puntos básicos se diferencia la suya del bono alemán, por eso ayer sólo les quedaba el orgullo de ver a Ángela Merkel levantarse cuando sonara su himno en el campo de fútbol, al margen del resultado. Y para el que pide poco ese poco es mucho cuando se tiene….

José María Ppáez. El mismo jueves que dimitía Carlos Dívar aprendí mucho de cómo funciona la judicatura hablando con el juez decano de Málaga, José María Páez, un miembro de referencia dentro de la APM -Asociación Profesional de la Magistratura- muy molesto con la imagen que el asunto Dívar estaba dando de unos jueces que no viven habitualmente tirando de Visa oro, y que aún siguen esperando la reforma de la oficina judicial y una mayor dotación en juzgados sobrecargados de trabajo. Páez ha sido uno de los diecisiete jueces decano que firmaron esa carta que resultó determinante para que los vocales conservadores del CGPJ terminaran retirándole su apoyo al malagueño Carlos Dívar, ya expresidente del órgano de gobierno de los jueces y del Tribunal Supremo. La buena disposición de Páez al diálogo, en un mundo normalmente más cerrado a la información de lo que debiera, es de agradecer.

Dívar. Por su parte, Dívar se quejaba anteayer de haber sido «víctima de una campaña cruel». Y puede que tenga razón, sobre todo al haber sido puesto en el punto de mira como diana de rencillas y partidismos entre jueces harto expuestos políticamente desde hace tiempo ante la ciudadanía que los observa atónita y cada vez más descreída. Pero el origen de las informaciones fidedignas muchas veces parte de gargantas profundas, o de informadores interesados o de personas afrentadas o vengativas, etc. que terminan por sacar a la luz lo que de otra manera se habría mantenido oculto o en el eterno marasmo del mirar para otro lado. El enroque de Carlos Dívar amparándose en la legalidad última de sus fines de semana suntuosos en Marbella, sin asumir la mancha ética en quien debe no sólo serlo sino parecerlo que conllevan hasta 32 viajes que han ido saliendo a la luz, recrudeció la crónica de una dimisión forzada. Unos viajes que fueron investigados por los medios de comunicación, aunque no por la Fiscalía, obviamente con filtraciones más o menos interesadas pero veraces. Esas informaciones, sumadas a los silencios de responsables públicos que no confirmaban su presencia en alguno de los actos que Dívar indicaba como causa de algunas de esas estancias, fueron adelantando lo inevitable.

Tres poderes. En realidad Dívar siempre estuvo solo, aunque con el poder que da ser la cuarta autoridad del Estado, que acompaña mucho. No pertenecía a ninguna asociación de referencia. Llegó al cargo de la mano de Zapatero pactado con Rajoy. Lo que no sería preocupante si la persona que está al frente del CGPJ, al fin y al cabo un órgano de carácter político en sentido amplio, no ocupase también la presidencia del Tribunal Supremo, el altar de la separación de poderes desde el lado de la Justicia. Por último, la contradicción moral que supone la naturaleza de algunas de esas escapadas en alguien que escenifica públicamente su moral católica apostólica y romana hizo el resto. No se trata de hacer leña del árbol caído, en parte porque Dívar, como él mismo ha demostrado con su gestión del asunto, nunca fue un árbol, sólo de poner en evidencia en manos de quién estamos -y no me refiero sólo a Dívar- aunque esta noche se queme en la playa malagueña la prima de riesgo. Por lo menos el caso Dívar y la férrea actitud de algunos jueces hartos de estar en una picota que no les corresponde ha traído la promesa de mayor transparencia y de cambios en el reglamento del Consejo, lo que evitaría la discrecionalidad actual a la hora de cargar al presupuesto público de la institución gastos privados más o menos confesables. Amén.

Chamizo. «Amén» es lo que deberían haber dicho los políticos andaluces interpelados por el Defensor del Pueblo, José Chamizo, esta semana. Decirles a la cara que la gente está «hasta el gorro» de ellos y de sus «peleítas» y que se pongan a trabajar en la solución de los problemas de los ciudadanos y no en la confrontación partidista habitual, era para haber salido cantando bajito con el rostro azorado por la valentía del cura Chamizo a la hora de ponerles los deberes a sus señorías con la regla del pueblo en la mano. Pero a punto ha estado el presidente del Parlamento andaluz, Manuel Gracia, de cometer la desgracia de recusar a Chamizo por eso. No se trata de un político cualquiera, sino de la máxima autoridad institucional del Parlamento que debiera representar al pueblo que Chamizo defiende. Aunque después de tantos años en la política, Manuel Gracia ha actuado con el pueblo enfrente y Chamizo con el pueblo detrás…

Les aconsejo para esta noche aquella canción del malogrado Gato Pérez, La luna en el mar, para olvidarse y soñar un poco despiertos tras el partido de España… Porque hoy es Sábado.