Solemos decir que a la gente se le conoce en los momentos de la verdad. Siempre fue así, pero nunca lo percibe nadie en su auténtica dimensión hasta que sufre el zarpazo de la hipocresía, la insolidaridad o el aislamiento de los demás en su propia carne. Las ratas son las primeras que huyen de los barcos cuando éstos empiezan a hacer agua. Las ratas humanas son peores porque huelen antes que los demás la tragedia y desertan de los compromisos. Es lo peor que tienen los tiempos de crisis, que no sólo rompen los bolsillos de las gentes sino también sus corazones.

Cuando en las guerras se impone el sálvese quien pueda es que se ha roto la cadena de mandos, se ha enseñoreado de la situación el caos absoluto y se producen inevitablemente las desbandadas. Las crisis económicas no son otra cosa que la consecuencia de la incapacidad política. De arriba abajo se desploma en cascada la pirámide hasta desguazarse totalmente por la base. Cunde el desbarajuste, el desconcierto. La gente se atrinchera en su miedo, pierden sentido palabras sagradas como amigo, compañero, familiar.

En justificación de actitudes egoístas, precipitadas, aterrorizadas, se utiliza un eilixir de palabras mágicas: la condición humana, frase que lo tapa todo. No somos culpables de no auxiliar a quien más lo necesita en momentos trágicos. Es que somos humanos, no divinos. No tenemos responsabilidad en los despidos masivos, en infinidad de ocasiones caprichosos o al menos evitables en buena medida. Es la vida. Te ha tocado a ti, mala suerte. Yo, a lo mio. No pienso mover un dedo, no sea cosa que, por defenderte, me metan a mi también en el lio. Es que «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades». ¿Hasta cuándo nos van a dar con este mantra en la cabeza? Seguramente hasta que aceptemos obedientemente que nos bajan a la tercera división de la calidad de vida porque somos los auténticos culpables de la crisis.

Ya empezamos a tener mala conciencia por haber disfrutado una brizna de derechos y libertades sociales después de siglos de miseria. Es un sinvivir que nos transforma en hipócritas, insolidarios, egoistas, pero no contra ellos sino contra nosotros mismos, contra quienes padecemos los zarpazos del nuevo orden. No despotricamos, ni protestamos apenas, contra quienes les están dando la vuelta a la tortilla, haciéndonos pagar por todo, reforzando su malhadado sistema, apretándonos las tuercas, metiéndonos en el redil de los silencios. Nuestra rabia la manifestamos huyendo del problema de los compañeros, de los amigos, de los familiares. No queremos saber nada de lo que pueda ocurrir a nuestro alrededor. Primero, nuestro pellejo, luego ya veremos qué podemos hacer. Nos abstenemos de opinar sobre las injusticias que se producen ante nuestras narices. No nos atrevemos a incomodar a los jefes intercediendo por buenas personas, buenos profesionales, buenos trabajadores, excelentes empleados, que no merecen ser despedidos o que lo merecen mucho menos que nosotros mismos. Es la crisis, es la hora de meter la cabeza bajo tierra.

Solidaridad es una hermosa palabra que brota como una flor de esperanza cuando se emplea para no decir nada. En tiempos críticos, en tiempos de necesidades sociales, el vocablo solidaridad, en cambio, es una voz cicatera que raramente aparece cuando se la reclama. Cuento aquí lo que me cuentan en la calle, porque, para mi, la cantinela de las primas de riesgo, de la deuda, de la recapitalización de los bancos, de las intervenciones, de los rescates, de los mamoneos de los mercados, se me atraganta cada dia cuando la oigo en la radio o la veo impresa en las portadas de los periódicos. Donde de verdad habita el drama es en los hogares, en las fábricas, en las minas, en la gente que no puede pagar su hipoteca porque le han quitado hasta el empleo. La tragedia es que un compañero de trabajo que siempre fue cordial, servicial, amable, se retira de ti porque te han incluído en una lista de despidos masivos y eres una compañía molesta. La desgracia es el temor a que los jefes tomen represalias.

Vientos de hipocresía, insolidaridad, miedo y egoismo sustituyen al aire fresco, confiado y reconfortante que nos fue dado respirar durante algún tiempo. Es como si un macartismo de nuevo cuño iniciara otra caza de brujas.

www.rafaeldeloma.com