Dijo acertadamente el escritor y científico británico Arthur C. Clarke: «Qué inapropiado llamar Tierra a este planeta, cuando es evidente que debería llamarse Océano». Esa aseveración está más que sustentada por los datos y hechos que la ciencia y la historia nos ofrecen.

La importancia de los océanos es tal que los mayores poblamientos humanos siempre han estado asociadas a regiones del litoral, donde la pesca se ha convertido en una actividad desarrollada durante miles de años. En la actualidad, casi el 40% de la población mundial vive dentro de una franja costera de 100 km de anchura. Pero además para todos aquellos que pudieran pensar que no tienen una gran dependencia de los océanos por vivir lejos de ellos, éstos, sus ecosistemas y sus organismos les surten de toda suerte de beneficios.

Los mares y océanos cubren el 71% de la superficie del planeta y desempeñan papeles clave en muchísimos procesos que tienen incidencia sobre el hombre. El clima de la tierra y su variabilidad están enormemente influenciados por las características físicas de los océanos del mundo que, por ejemplo, regulan las variaciones de la temperatura superficial terrestre. Además los océanos son el reservorio de agua del planeta (el 97% del total de agua del ciclo hidrológico), producen el 78% del oxígeno atmosférico y constituyen el principal sumidero de vapor de agua y dióxido de carbono, dos de los gases responsables del efecto invernadero por lo que juegan un papel muy importante en los factores que modulan el cambio climático.

A nivel productivo la importancia de los océanos es también enorme: el 20% del gas y el petróleo se extrae del subsuelo marino y las pesquerías suministran más del 15% de las proteínas consumidas en el mundo. Muchos hábitats marinos protegen las costas y sus playas de las inclemencias del mar, por ejemplo las praderas de fanerógamas, plantas de las que, junto con muchas especies de algas, se extraen multitud de sustancias que se emplean en la alimentación o la industria. Además numerosos organismos marinos han surtido de principios activos para su uso en medicamentos y otros muchos están siendo investigados por su enorme potencial.

Por todas estas razones, y otras muchas más que no cabrían en este espacio, la protección de los ecosistemas marinos se convierte en pieza fundamental para el bienestar humano. Sin embargo, son muchos los peligros que amenazan a los océanos y que no han sido o no son bien manejados por el hombre. Muchas especies se han extinguido o están en vías de hacerlo, más de un tercio de los recursos pesqueros se encuentran sobreexplotados y un 13% se han colapsado totalmente, la pérdida de biodiversidad se produce a un ritmo desconocido desde la extinción de los dinosaurios, casi un 35% de los hábitats más sensibles, como las praderas de fanerógamas o arrecifes de coral han desaparecido, los océanos se vuelven cada vez más ácidos y más cálidos, y las áreas costeras están cada vez más contaminadas hasta el punto de que en algunas zonas están casi desprovistas de oxígeno. En el momento actual tan solo estamos empezando a comprender como son estos procesos y como pueden afectarnos, de modo que las últimas consecuencias de todos estas alteraciones del medio natural son en muchos casos una incógnita o muy difícilmente evaluables.

El pasado día 8 se celebró el día mundial de los océanos, iniciativa surgida en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo de 1992, conocida como Cumbre de Río en la que estuvieron presentes 178 países de todo el mundo para discutir sobre los problemas medioambientales del planeta. Este día trata de evocar la importancia que para nuestras vidas tienen los océanos y el peligro que suponen las amenazas que sufren. Que menos que dediquemos un día al año a meditar sobre nuestros océanos y sobre cómo podemos estar poniendo en peligro nuestro futuro más inmediato, por no saber gestionar adecuadamente nuestro medioambiente.

Estamos quizás arriesgando demasiado en aras de un desarrollo que, en muchos casos, se ha demostrado que no es sostenible, hipotecando la salud de los océanos sin acotar con medidas decididas las continuas amenazas a las que se ven sometidos. No podemos olvidar que sin mares y océanos saludables la vida no puede ser la misma y debemos recordar siempre que nuestro planeta es, más que tierra, agua.

Jorge Baro es el director del Centro Oceanográfico de Málaga