Necesitamos buenas noticias para combatir el clima de desánimo que se está instalando entre nosotros y que a mi juicio es lo peor de esta crisis.

Es verdad que nuestra imagen como país se ha deteriorado muy seriamente durante los últimos tres o cuatro años. En 2008 exigíamos nuestra presencia en el G-20 alegando que éramos la décima potencia del planeta y hoy aparecemos ante los ojos del mundo como el eslabón débil, el país que está al borde del precipicio y que si bascula hacia el abismo se lleva por delante muchas cosas, desde el euro a la reelección de Obama pasando por las posibilidades de recuperación de la economía mundial.

Pero aunque la crisis sea grave, que lo es, debemos luchar contra ese pesimismo porque no nos ayuda. Esta crisis tiene mucho de psicológico, de falta de confianza y eso es algo que los mercados penalizan. España es un gran país con una historia larga de la que nos podemos sentir orgullosos aunque tenga sombras como las tienen todos los países grandes. Solo no se equivoca el que no hace nada, ese se aburre, que es peor. Durante los últimos treinta años hemos asombrado al mundo con la transición política y con nuestra capacidad de organizar imaginativamente nuestra convivencia en libertad y estoy convencido de que saldremos adelante de las actuales dificultades si nos esforzamos y tenemos confianza en nosotros mismos, que es el requisito previo para que también los demás confíen en nosotros. La ventaja de ser un país con una larga historia es que nos hemos visto ya en situaciones peores y siempre hemos salido adelante. También lo haremos ahora.

Por eso, mientras el Gobierno trata -con desiguales acierto y fortuna- de encontrar soluciones a nuestros problemas, me alivia tener una selección nacional de fútbol que se dispone a jugar la semifinal del campeonato de Europa. Me alivia porque aunque su juego sea más eficaz que bonito me recuerda que somos perfectamente capaces como país de hacer cosas bien. Si podemos en fútbol ¿cómo no vamos a poder hacer lo que se nos ponga por delante? Me dirá que panem et circenses y contestaré que sí, también eso, pero sobre todo autoestima cuando más falta nos hace. Y si después del fútbol vienen los Juegos Olímpicos, pues aún mejor. No se podría elegir mejor momento mientras seguimos remando, que lo cortés no quita lo valiente.

Me gustó ver el otro día a los irlandeses cantando y animando a su equipo cuando perdía por goleada y se despedía de la Eurocopa, en un alarde de deportividad y orgullo nacional que contrastaba con la actitud de los que hace poco pitaban el himno de España demostrando con ello no solo poco espíritu deportivo, que exige respeto, sino falta de claridad de ideas. Los muchos extranjeros con los que he hablado del tema no solo no lo comprenden sino que condenan sin reservas esta actitud. No tiene sentido jugar la Copa del Rey y luego silbarla, para eso sé coherente, quédate en casa y no la juegues. Si uno es vasco o catalán y silba el himno de España se lo tiene que hacer mirar porque -en mi modesta opinión- tiene una grave crisis de identidad. Dicho esto, creo que todo el mundo debe poder expresar libremente sus opiniones y silbar lo que le parezca, como debe tener derecho a cocinar a un Cristo, como hizo Krahe, si es lo que le apetece. Pero también yo tengo derecho a opinar que esas actitudes me parecen de mal gusto y de mala educación, aunque estoy dispuesto a pelear si hace falta para que en España pueda seguir habiendo maleducados que ofendan los sentimientos de sus convecinos.

A lo que iba. La autoestima es muy buena y es lástima que esta crisis nos la esté quitando para resucitar los viejos demonios de la falta de confianza en nosotros mismos, lo de que somos diferentes o que somos el problema y Europa la solución. Falso, no somos ni mejores ni peores que otros. Y en algunas cosas somos incluso mejores que los demás. Por eso me gusta el fútbol, porque nos da alegrías que vienen muy bien cuando están a punto de subirnos el IVA.

[Jorge Dezcállar es embajador de España en Estados Unidos]