Las sumas que ganaron Iñaki Urdangarin y su socio Diego Torres cuando España iba bien está oscureciendo la iniciativa empresarial que había detrás de todas aquellas celebraciones deportivas justificadas con un par de folios y también la solidaridad que las movía. Los tiempos mejores no lo son sólo por el dinero: la riqueza produce muchos intangibles mientras que la pobreza sólo toca los huevos.

Siempre se ensalza la solidaridad de los pobres, que se ayudan con lo poco que tienen, pero se calla la de los ricos, que se ayudan con lo mucho que poseen. No es la cantidad lo que da valor. Lo que hace mejor la solidaridad de los ricos que la de los pobres es que la de los pobres se ve forzada por la necesidad mientras que la de los ricos ni siquiera hace falta. Sin que nada la fuerce, cuánto más generosa es la generosidad del rico; cuánto más solidaria, su solidaridad.

En esto funciona el carácter vocativo del dinero –dinero llama a dinero– que sirve incluso para el conseguido a través de fundaciones sin ánimo de lucro, es decir el que se gana sin querer ganarlo. Nada que ver con el escaso dinero del pobre, siempre movido por el afán de provecho.

Se dice que no existe la solidaridad entre ricos pero sólo se desconoce porque es muy discreta. Domingo Díaz de Mera hizo ganar en Bolsa 300.000 euros (en castellano antiguo, 50 millones de pesetas) a su amigo Urdangarin sin que tuviera que poner el dinero con el que logró tal beneficio. Eso es solidaridad. Me viene mucho a la cabeza Díaz de Mera ante esas situaciones de necesidad que afloran con la crisis, los desahuciados, los parados de larga duración... Si esos pobres fuesen ricos nunca se verían en esta situación. Pero ahí interviene de nuevo la necesidad. Los 300.000 euros de Urdangarín no le hacían falta mientras que con esa cantidad cualquiera de esas personas solucionaría el problema de su vida.