Me cuentan mis compinches futboleros, gente, en su mayoría, bohemia y del Atleti, que en un partido reciente ese bucanero de Conrad que juega en Italia y que se llama Mario Balotelli se levantó la camiseta de su equipo, el Manchester City, para mostrar al público otra camiseta, esta vez customizada por él mismo y con grandes letras blancas. «Why always me» (Por qué siempre yo) se preguntaba el futbolista. Así, con toda la pachorra bíblica del invento, el de la palabra. Venía de prender fuego a su mansión inglesa con una liga de cohetes, que es lo más bestial y alucinante que le puede pasar a una casa inglesa desde los tiempos de la resaca victoriana. Pienso en Balotelli, que aprendan la gente insulsa de Casillas y La Roja, y el «Why always me» como imagen tuneada de la política nacional. Imagino a los concejales, a los diputados, a los parlamentarios observando una y otra vez el cabreo de la gente y pegándole a la lira españolísima del victimismo y de los balones fuera. Por qué yo, dirán los políticos, si es que dicen algo, en sus almuerzos, en los despachos, en el momento de acedía que prosigue semanalmente, si es que prosigue algo, a los cócteles. No es por subirme al carro reduccionista–si hay un carro reduccionista será un micromachine, un vehículo para personas moralmente pequeñitas, microbios–, pero viendo las fotos de la inauguración de la segunda pista del Aeropuerto de Málaga se multiplican las razones. Políticos locales, autonómicos, interregionales, metiendo codo y riñón para salir en la foto y enseñorearse de una obra a la que le queda mucho viaje, en reclamos de autoría y participación, en la prensa. Todos, absolutamente todos, despendolados, como palomitas en el horno, con la avidez contenida durante estos últimos años, tan pacatos en festines y cuchipandas inaugurales. Lo peor de beneficiarse de una obra es que después toca asistir al espectáculo del tajo y de la lucha de la manada por llevarse un pedazo de la tarta. Un murmullo infame, al que siguen normalmente de las beatificaciones, dependientes en exclusiva del culto y de la mala baba. Se cita a Blanco, a Magdalena Álvarez, a Cascos y puede que, incluso, a Solchaga, con tal de arañar protagonismo y parabienes. La desconexión, y no la digital, es cada vez más ancha. El pueblo mira a Rajoy que mira a Merkel que mira a la banca y se tapa la cabeza con las dos manos, como Balotelli frente al ruido de los cohetes. Mientras, continúa la españolada. Escribo esto sin saber si el duelo ibérico ha terminado con genio favorable para España, que se convertiría automáticamente en el siguiente PIG que se expone a la dentada de los alemanes. Miro en derredor, con tanta banderola y juro que no comprendo nada. Será porque soy del Atleti y la afirmación en territorio no hostil me parece innecesaria, pura declamación del XIX, un sendero menor de los románticos. Los políticos rezarán por un nuevo gol que tranquilice a la manada. Quizá para poder deshojar el apotegma. Soy político, ergo tunante. Que el cielo no nos niegue el habla.