No va a ser porque lo exijan la Comisión Europea, el FMI y el Ecofin. Va a ser porque no habrá otro remedio. El gobierno va a subir el IVA y va a quitar la deducción a la vivienda porque el déficit se le está yendo de las manos. Como decía Serrat, no es más triste la verdad, lo que no tiene es remedio.

Aún a riesgo de ir contra corriente diremos que Rajoy no lo hizo mal con la negociación del tope de déficit. Gestos y desplantes al margen. Los socios europeos exigían un 4,4% para este año, él ofreció un 5,8% y acordaron un 5,3%, mucho más cerca de la segunda cifra que de la primera. Si hubiera prevalecido la cifra inicial, solo con lo acumulado hasta mayo ya se estaría incumpliendo la parte de la administración central. Con el nuevo tope, el incumplimiento puede llegar dentro de nada. Y todo ello sin añadir el rescate bancario.

Lo malo de ser pobre es que sale caro. En los cinco primeros meses de ha recaudado un 10% menos por IVA que en el mismo periodo del año anterior. Los ingresos por IRPF han crecido ocho décimas a pesar del aumento de tipos; sin él habría caído un 3,5%. Ambos impuestos dependen de la prosperidad de la población; descienden cuando la gente gana menos y gasta menos. Lo malo es que si suben las tipos, como no vamos a gastar más, va a llegar aún menos dinero a las empresas, que viven de lo que gastamos. Es un maldito círculo vicioso.

Encima, el estado no logra sujetar sus gastos. Los pagos de la administración central crecieron casi un 12%, en parte por los balones de oxígeno a las autonomías y a la Seguridad Social. Es decir, por pensiones, sanidad, educación, estas cosas que ya se han recortado, pero cuya factura disminuye a menor ritmo que los ingresos. Si el gobierno quiere evitar el drama de la intervención deberá intervenirse a sí mismo con medidas dolorosas y desagradables.

Son medidas que empeorarán la salud del enfermo si, al mismo tiempo, no recibe una buena transfusión. No hay salida sin crecimiento y no hay crecimiento sin inversión. Por ello son buena noticia los 130.000 millones acordados en Roma. Pero está por ver cuántos llegan a España, y si sabemos evitar la tentación que conformarnos con eso. La apuesta buena es la que se orienta a dar alas a las propias potencialidades, y para ello hacen falta dos cosas: despejar el horizonte bancario para que circule el crédito, y sacudir las inercias de la ineficacia que pesan sobre la cosa pública.