El problema de un servicio público que se queda sin público es que no debe serlo tanto; es que quizás la dirección de dicho servicio se haya planteado más un reto personal que el propio servicio que dice defender. El maestro Edmon Colomer ha perdido casi la mitad de los seguidores más fieles, los abonados, de su tan querido «servicio» y lo achaca subrepticiamente a cierta ignorancia de estos últimos, aunque diga que quiere «mantener al público fiel y atraer a nuevos públicos»; pero Colomer «empieza la casa por el tejado».

Claro que existen nuevos autores, contemporáneos que ir sumando al listado de la oferta de la música sinfónica, y que son de gran valía, como han demostrado los malagueños Francisco José Martín Jaime (Premio Reina Sofía de Composición) o Miguel Ortega, que ha estrenado su ópera en París; así como otros músicos nacionales como Gorka Sierra o Salvador Brotons; y si me apuran€ empezar ese «paso a la modernidad» de la mano del casi imprescindible Béla Bartók (por introducir al berlanguiano Imperio Austrohúngaro en la conversación). Pero remitirse casi en exclusiva a la música dodecafónica es como pedir que todos los lectores de noticias sobre electrónica hayan estudiado física cuántica.

Y ahí ha estado el error de Colomer; he visto el devenir de esta formación musical desde su inicios como periodista y aficionado a la música clásica, sus controversias y su ascenso al lugar de las «buenas orquestas» y nunca, nunca, nunca -hasta la llegada de Colomer- les habían abandonado esos «seguidores» que deambulan ahora por otras orquestas.

Parece, no obstante, según se puede observar en el programa para la próxima temporada que se presenta ahora, que el director catalán ha cambiado de registro, paliando así el fracaso anterior; cabría esperar que también cambie esa actitud que roza lo «dictatorial» cuando trata a los músicos que no están de acuerdo con él y dejarse de eufemismos como «medidas disciplinarias» cuando en realidad ha desarrollado un amplio abanico de represalias que le han llevado a los juzgados (donde, si no lleva razón, se pagará de erario público) para conseguir así ese «ambiente magnífico» dixit Colomer que tiene dentro de la Orquesta Filarmónica de Málaga.

Por cierto, una orquesta, la OFM, que ha tenido que reducir músicos para poder elaborar un «plan de viabilidad» pero que no le ha hecho «cortarse un pelo» a la hora de contratar a la hija de una concejala del Partido Popular en Mallorca, Catalina Sureda Colombram, sin prueba de ningún tipo, o sea: «a dedo» y con ese mismo dinero público.

Decía Nietzsche que sin música la vida sería un error, pero creo que hablaba de esa música que llega y que apasiona, que concita sentimientos y que agrupa como se le debe exigir a alguien que se jacta de dirigir un «servicio público», que no un gabinete pedagógico musical privado.