Una de las flotas pesqueras más características de nuestro litoral es la flota de arrastre de fondo. Esta flota es la responsable de que podamos consumir muchos de los productos que más apreciamos como merluzas, salmonetes, rapes, bacaladillas, gambas, cigalas, chopitos, calamaritos y un largo etcétera. Porque si hay algo que caracteriza a esta flota es la multiespecificidad de sus capturas, o sea pescar un número muy variado de especies muchas de ellas de alto interés comercial. También hay otros aspectos que la identifican, algunos de los cuales son motivo de controversia en muchos foros, como que son poco selectivas, que provocan un elevado impacto en el medio o que producen grandes cantidades de descartes. De hecho la pesca de arrastre ha tenido y tiene mala fama no sólo entre los grupos conservacionistas, sino incluso entre otros sectores pesqueros.

Sin embargo, este es un tema muy interesante del que trataremos en otra ocasión ya que, ahora, saco a colación la pesca de arrastre por una noticia que he podido leer en el blog que muy recientemente ha iniciado mi buena amiga, y colega, Elvira Frapolli, en relación a un barco de arrastre que ambos conocíamos bien. En este blog, que aconsejo a todos, Elvira se hace eco del reciente desguace del Sanmar un barco de arrastre que tenía, hasta hace muy poco, su base en el puerto de Caleta de Vélez, pero cuyo armador no ha podido aguantar más las incertidumbres que rodean al mundo de la pesca y se acogió a las que podían ser las últimas ayudas de la Política Pesquera Comunitaria para reducción de la flota.

Tuve la suerte de conocer este barco y mucha mejor fortuna en conocer a su armador y patrón Sebastián. Entramos en contacto gracias a su desinteresada ayuda al mundo de la investigación en biología pesquera, permitiendo el embarque de observadores para la toma de datos y muestras, y pudimos colaborar en la realización de experiencias muy interesantes, a las que se sumó con un entusiasmo para mí inusual. Después de tantos años trabajando con el sector pesquero me topé de pronto con un patrón de pesca que se salía de los cánones habituales que hasta el momento había conocido. Me encontré con un hombre joven pero experto pescador, con un conocimiento profundo del medio en el que trabajaba y un enorme respeto por él, entusiasta de su trabajo, con ideas novedosas y sin miedo a probarlas y abierto a explorar nuevas posibilidades. En las ocasiones en que hablamos, muchas de ellas en largas jornadas de pesca en su barco y, en ocasiones, dando buena cuenta de algunas exquisiteces extraídas de nuestro mar unos minutos antes, su gran inquietud le llevaba a interrogarme sobre multitud de aspectos que quería conocer y para los que yo en ocasiones no tenía respuestas acertadas. Era fantástico intercambiar impresiones sobre la pesca y los recursos, su pasado, su presente y su incierto futuro. De él aprendí mucho, probablemente más de lo que él pudo aprender de mí.

Esta inquietud por el mundo marino lo llevó a embarcarse en derroteros para él ni imaginados unos años antes y decidió estudiar biología, la carrera que siempre había soñado. Y en eso está. Él dice que percibe muchas cosas que antes no era capaz de vislumbrar, que comprende cosas con las que antes no estaba de acuerdo, que ahora ve las cosas desde el otro lado. Yo creo que no, que siempre las vio desde el lado correcto, que tenía una visión del asunto que iba más allá de los aspectos puramente técnicos o económicos. Seguramente, si hubiera habido armadores y patrones con una perspectiva más acorde a la que siempre mantuvo Sebastián, abiertos a nuevas posibilidades y receptivos a sugerencias, el controvertido arte de arrastre quizás no lo fuera tanto hoy.