Vivimos en democracias que tienen miedo del pueblo y que tratan por todos los medios de evitar consultarle». Tal es el certero diagnóstico que hace el profesor de filosofía política de la Sorbona Yves Charles Zarka en un libro colectivo de reciente aparición en Francia bajo el título «Démocratie, état critique» (Armand Colin).

A lo que habría que añadir: democracias que no cumplen lo que tan alegremente prometen en campaña electoral, que no le dicen la verdad al pueblo y, para colmo, le hacen comulgar luego con ruedas de molino tratando de convencerle de que todo lo hacen por su bien.

El análisis del profesor Zarka no podría ser más ajustado a la realidad de nuestros países. Me refiero a los del Sur, supuestamente obligados a obedecer los dictados de una Alemania unificada que se ha convertido en el poder económico rector de Europa, un poder al que ninguno de nuestros gobernantes se atreve a contradecir.

No sólo no se tiene en cuenta para nada en nuestros países lo que opinan los ciudadanos sino que se les proponen «soluciones para los diferentes problemas, económicos, de seguridad, escolares, sanitarios, etc., que se presentan como respuestas técnicas de expertos y además como las únicas posibles».

¿No es exactamente lo que está ocurriendo aquí en este momento con la crisis financiera y las recetas que se nos ofrecen, contrariando el sentido común y por motivaciones exclusivamente ideológicas, para salir de ella?

¿Por qué se dejan de lado otras soluciones como la posibilidad de cambiar el estatuto del Banco Central Europeo, creado a imagen y semejanza del Bundesbank alemán, de modo que no tenga como única preocupación la estabilidad de los precios? ¿Por qué no se aumenta la presión fiscal sobre los ricos, se lleva a cabo un control mucho más riguroso de los bancos, en buena parte responsables de esta crisis, o por qué no se toman medidas mucho más radicales contra las agencias de calificación, todas ellas anglosajonas y movidas por intereses muchas veces espurios? Son propuestas que han hecho economistas serios pero que ni siquiera se tienen en cuenta.

Hay , según Zarka, y es además una evidencia diaria, «un aislamiento real del poder», que se considera «el único capacitado para asumir enteramente la responsabilidad política, pero que en realidad representa una deriva no democrática».

Ha desaparecido toda deliberación pública sobre las opciones y los fines. La sola posibilidad de consulta popular, de debate se considera incluso peligrosa.

Vienen a la mente, aunque hoy las circunstancias sean distintas, las palabras de Jean-Jacques Rousseau a propósito de la democracia parlamentaria inglesa de su tiempo: «El pueblo inglés piensa ser libre, pero se equivoca totalmente, no lo es más que durante la elección de los miembros del Parlamento. Una vez elegidos éstos, se convierte en esclavo, no es nada. En los breves momentos de su libertad, el uso que hace de ella merece que la pierda».

Pueden llamar a esto democracia, pero no lo es.