Cuando no queden ya más distracciones que poner en marcha, cuando toque fondo la discusión acerca de si al partir un país en dos las piezas pueden continuar en la Unión Europea igual que antes, cuando se convierta en agua pasada la idea de que cueste más recurrir una multa ante los tribunales que pagarla, cuando al ministro de Educación no le queden ya más conejos en la chistera del tremendismo, igual el Gobierno se arma de valor y decide hacer las cosas para las que recibió el espaldarazo de una mayoría absoluta parlamentaria. Como es el pedir de una vez por todas el rescate a Europa para que podamos averiguar si se trata de la solución que anhelamos o es un globo de colores más con el que ir adornando la nada.

En las zapaterías madrileñas regalaban tras la guerra civil un globito a cada niño al que le comprasen unos zapatos. Como no era época de dispendios, eso sólo sucedía los jueves pero, cada jueves, de las tiendas Gorila salían niños con cara de felicidad y un globo amarrado con un cordel flotando en el aire. Los que éramos niños entonces no entendíamos demasiado bien qué relación podía existir entre una cosa y otra, entre zapatos y globos, pero tampoco nos importaba demasiado.

Hoy las cosas están más claras. Cada viernes, con motivo del Consejo de Ministros, o incluso sin tener que esperar el fin de semana, nos sale una autoridad tirando del hilo del globo sonda que se les ha ocurrido a los profesionales del disimulo con la intención nada oculta de que los ciudadanos miremos para las nubes. Los disparates de cada ocurrencia-globito son de tal calibre que nadie puede creerse que se trate de una operación política digna de tal nombre. De ahí que haya quien piense que el ministro autor del entretenimiento es idiota; he leído ya algún que otro artículo que se lo plantea en serio. Pero una interpretación tan misericorde sería a todas luces falsa. Quien se presta a hacer de malabarista no sólo es idiota, que también, sino que sigue consignas de lo más sesudas. A punto estuvieron tales próceres de convencer a los catalanes que la llamada a las urnas había que entenderla en clave de Braveheart. Luego la sensatez ciudadana llevó los resultados electorales por otro lado pero el riesgo estuvo presente durante toda la campaña.

Lo peor de este asunto es lo que nos cuestan los globitos de los jueves, o de los viernes, incluso a quienes no podemos comprar ya zapatos. Nos enteramos hace días que, en los presupuestos más cicateros de la historia hay un apartado de subvención a las fundaciones de los partidos políticos que alcanza casi un millón de euros. Por si eso no fuese bastante escándalo, más de la mitad se la lleva la FAES, presidida por José María Aznar, y una cuarta parte se la dan al PSOE para que calle la boca. El objetivo único de tales fundaciones, amén de dar un sueldo a los amigos del alma, es la puesta en marcha de globitos vistosos.