¿Dónde está el centro del universo? A las 10 de la mañana de ayer tal vez estuviera en un solitario practicante de paddle surf (remo de pié, sobre una tabla) que paseaba por los valles de agua, a la espalda de las grandes olas. Al observar desde el alto promontorio sobre la bahía, a kilómetro y medio de distancia, la parsimonia con que se movía el puntito entre onda y onda gigantescas, a 300 metros de la orilla, marcando las distancias de la línea más frecuente de rompiente, pero sin alejarse mucho de ella, acariciando el lomo de los promontorios alzados por la mar de fondo (y, en última instancia, por la luna) en un juego sutil con las fuerzas primordiales, no era fácil imaginar que en ese justo instante otra mente tuviera más razones para sentir la plenitud que aquel vigilante audaz de la frontera en los lindes de la mar y de la tierra, mientras la ciudad se desperezaba al domingo.