H­­­ay que ver In the loop, para estar «in the loop». Si uno comienza a buscar esta expresión en Google, tardará un tiempo en hacerse una idea, pero de eso se trata. Un destello que deslumbra, confunde y marea pero que en el fondo está claro como la luz del día. Por principio, no cualquier pueda estar «in the loop» desde fuera, como por principio no resulta fácil hacerse con el significado de esta confusa expresión inglesa. Pero esto dura poco: al final todo es como lo imaginábamos. Al dejarnos en esta confusión inicial, estas tres palabras muestran algo de lo que quieren decir. Para entender algo, hay que estar dentro, en la pomada, en el ajo, en el asunto; pero ¿quién ignora que allí, en el meollo, en los arcanos, todo es sucio? El guionista de esta película, que fue candidata al Oscar de mejor guion adaptado, sabía que hay que verla para saber que las cosas son como nos tememos que son. Quizá por eso hoy esta película es más significativa, a la luz de lo que está pasando en España.

También era significativa antes, desde luego. En realidad, la película trata sobre una votación en el consejo de seguridad de las Naciones Unidas y bien pudiera ser aquella que llevó a la guerra de Irak. Como se recordará, toda la cuestión se quiso concentrar en la existencia de armas de destrucción masiva. La película cuenta cómo se fraguó el informe que inclinó la votación a favor de aquella guerra. De camino, nos dibuja de qué pasta está hecha la clase política de la época Blair, aunque bien podríamos ampliar la referencia a otros tiempos y países. He aquí un ministro tan estúpido, incompetente, necio y mediocre como ambicioso, cauto, sospechoso y desleal.

Esta conjunción de caracteres, de traducirla al esquema clásico de los animales compuestos, daría lugar a algo así como una babosa dotada de cabeza de topo miope, con el cuerpo de un perezoso, dotado de una única antena para detectar todo lo que colma su vanidad y pone en peligro su carrera -por este orden- y por eso adornado con una gran cola de pavo real para exhibirse en todas las entrevistas y asistir de bulto a todas las reuniones. En fin, un tipo con el que no cruzaríamos un despreciable saludo, pero que estamos obligados a votar porque está encaramado a la maquinaria de un partido.

No quiero ponerle nombre a gente así entre nosotros. No son relevantes. Como podemos suponer, con esta mano de obra, alguien debe ser el que mande. Pero quien está en el ajo, en la pomada, en el circuito, en el asunto, en el círculo, en fin en todo eso que se evoca con «in the loop», si sabe algo, es quién manda. Y el que manda en todo este embrollo de personajillos es el jefe de prensa de un primer ministro que jamás comparece, que es sólo la última palabra irrevocable de su jefe de prensa. Tampoco quiero identificar a ese McGuffin entre nosotros. En todo caso, el centro del circuito y de la maraña no es otro que ese personaje histérico, megalómano, hiperactivo y despiadado, capaz de humillar a todo el mundo, incluso al mismísimo James Gandolfini, el protagonista de Los Soprano, aquí caracterizado como un curioso y antibelicista general que calcula las tropas que morirán con un computador de juguete, sentado al lado de una tierna camita infantil.

Sólo luego supimos hasta qué punto Blair y el magnate de la prensa que se convirtió en jefe de Aznar, habían trabajado codo con codo. En todo caso, esta película nos muestra lo que había detrás de ese informe final que denunciaba la existencia de armas de destrucción masiva. En su origen era el informe de una entregada becaria de Washington. Sus conclusiones eran se iba a una guerra de resultado imprevisible, catastrófica en el coste de vidas humanas y de dudosa eficacia para ordenar Irak. En el complejo circuito de filtraciones y ambigüedades, de infidelidades y espionajes, todas ellas de una sordidez insuperable, siempre con los sabuesos del gabinete de prensa sobre los cogotes de los políticos, al final, con una sencilla operación de eliminación de cláusulas negativas, con la inversión del sentido de otras frases, con la eliminación de las conclusiones y otras argucias, a prisa y corriendo, desde un pasillo del edificio de la ONU, el informe inicialmente contrario a la guerra se hace pasar por una fiable información secreta de los servicios de inteligencia británicos que permiten asegurar el grave peligro que corre la humanidad.

Todavía lo recuerdo. «Creedme. He visto la información y es demoledora. Hay armas de destrucción masiva». Así se fraguó aquella operación con la que se cerró filas tras Aznar, se aprobó un sistema de funcionamiento fideísta, se magnífico la capacidad de liderazgo de un dirigente que señalaría con el dedo a su sucesor, se eliminó todo lo que pudiera haber de independencia en la política del PP y, de camino, se abrió paso a que uno que pasaba por allí, de cuyo nombre no quiero acordarme, se hiciera con el gobierno de España. Luego se intentó aplicar esta doctrina a que el atentado de Atocha lo había realizado ETA. No se aprendió. Falló en uno y otro caso porque la gente no necesita conocer los detalles de la maraña para saber lo que pasa «in the loop». No necesita conocer todo el circuito para saber que es pura falsedad.

Lo más inquietante es que no se ha aprendido nada. Se sigue confiando en el mismo jefe de prensa megalómano y chapucero, obstinado y paranoide, especialista en cortar y pegar a ciegas -y a ciegas hay que trabajar cuando se camina en medio del cieno de las cloacas- frases sueltas de informes anónimos, ilegales, sin garantías de ningún tipo. La pregunta que In the loop no se ha permitido, un diálogo que interpelara a Peter Capaldi, el personaje del film, acerca de si consideraba que con todos esos artificios detestables se respetaba el Estado de derecho, aquí entre nosotros se convierten en un drama. Y lo más terrible de todo es que Artur Mas lo hace tan mal como un personaje más de In the loop, y podría ser neutralizado con buenas razones.

Sin embargo, el Gobierno lo hace mucho peor todavía. Una nefasta ley Wert le ha dado alas de nuevo y le ha otorgado ventaja en su juego. Y ahora sí, cuando de nuevo Mas va ganando, entonces ya estamos contentos porque ahora podemos jugar como sabemos y nos gusta, dejando libre al jefe de prensa, agitando la porquería, haciendo cualquier cosa, allí, «in the loop». Es como si no supiéramos convencer en buena lid ni siquiera cuando llevamos razón. Es deprimente y desastroso y lo pagaremos caro.