Tras un annus horribilis como el que termina es difícil encontrar la actitud más adecuada para encarar el próximo. Cinco años de crisis, apreturas, decepciones e incertidumbre son demasiado. La confianza está bajo mínimos como admite saber Mariano Rajoy, que ya no sueña con que nadie le tenga «confianza ciega». Tal vez ni siquiera los suyos. Mucho menos los más castigados por la situación económica: parados, desahuciados, recortados... Para 2013, el presidente del Gobierno sólo nos pide «comprensión y solidaridad». Dos conceptos que el asesor de turno habrá considerado por su cuenta y riesgo que conectan más con una sociedad sin fe ya en casi nada. En su tercera acepción según el diccionario de la Real Academia, el primer término implica tener una actitud comprensiva o tolerante, que es lo que se supone que el presidente nos está pidiendo. Claro que después de tolerar recortes sanitarios, medicamentazos, congelación de pensiones, subidas de impuestos, bajadas de sueldos y todo sólo en doce meses, la tolerancia empieza también a escasear entre la ciudadanía. De hecho, este año han sido muchos los que, hartos de tolerar incumplimientos de programa y cambios de rumbo, han gritado en la calle contra la política del Gobierno. Pero el asesor en cuestión no tomó nota del hartazgo y el presidente tampoco.

En cuanto a la solidaridad, tampoco sobra demasiada después de tener que atender a todos los que la crisis y la mala gestión de unos y otros han dejado con los bolsillos vacíos y sin esperanza. No es que no haya solidaridad. Al revés. Es de las pocas cosas buenas que este terremoto económico devastador ha sacado a la luz. Los necesitados se multiplican, pero también los voluntarios. La concienciación es mayor que nunca, tal vez porque el drama ya no es ajeno a casi nadie. Quién no tiene un amigo, vecino, primo o conocido que ha pasado de llevar una vida «normal» a encontrarse prácticamente en la indigencia. La solidaridad es más necesaria que nunca, pero Rajoy llega tarde al pedirla. Asegura que la reclama para «entender que todos tienen que aportar algo», hacer un «sacrificio común» para superar los problemas económicos del país. ¿Pero no habíamos hecho ya todos esos sacrificios este año? Por lo que se ve quedan muchos más y ante semejante panorama no dan ganas de ser ni comprensivos ni solidarios con el Gobierno.

En cambio, sí merece la pena seguir esforzándose con comprensión y solidaridad para que en 2013 se repitan historias como algunas vividas este año. Como la de un niño con una enfermedad incurable salvado por el esfuerzo de investigadores que con menos medios continúan imparables en su lucha. Su salvadora lleva por nombre Estrella, un «bebé medicamento» nacido en febrero en Sevilla que salvó la vida de su hermano. O el caso de la malagueña Rebeca Heredia. Amenazada como tantos ahora por un desahucio inminente que la presión ciudadana logró paralizar. Finalmente recibió una vivienda pública en alquiler, pero la sociedad actuó primero alzando la voz. Una excepción en un tema que ha dejado demasiados dramas este año, algunos con final tráfico. Quijotesca en estos tiempos fue también la aventura de un parado rondeño que recorrió a pie la distancia entre su ciudad y Madrid para reivindicar un puesto de trabajo. Un pequeño empresario salió en su ayuda y le ofreció un empleo. Tres historias diferentes con el común denominador de la esperanza como punto final. Rajoy no incluye este término en su receta para afrontar el nuevo año. Quizás debería. No con palabras, que ya parecen no significar nada. Sino con hechos que indicasen que hay un camino más allá de la crisis.