Cuando el legendario torero Rafael Guerra «Guerrita supo que el personaje que le acababan de presentar, don José Ortega y Gasset, era filósofo. exclamó sorprendido: «¡Es que tiene que haber gente pa tó». Otras sentencias que se atribuyen al matador, famoso no solo por sus méritos taurinos sino también por el senequismo de sus frases, son: «Lo que no pue ser no pue ser y además es imposible» y «Ca uno es ca uno».

Traigo esto a colación porque siempre me pareció anormal que a una persona -lo diré más claramente, a un hombre- no le gustara el fútbol. Y, para justificarme a mí mismo me refugiaba en la frase del Guerra: «Es que tiene que haber gente pa tó». Hasta que a fuerza de convivir con compañeros que odian el deporte, y sobre todo el fútbol, tuve que admitir que, tal vez, la anormalidad reside más en quienes adoramos el fútbol que en quienes son sus contrarios.

No es que vaya a darles la razón, a estas alturas de la película, en que resulta ridículo ver a veintidós hombres vestidos de niño correr tras un balón. Tengo escrito sobre fútbol lo que no está en los libros. Y sigo enamorado de su belleza plástica, de su creatividad, de las emociones colectivas que transmite, del simbolismo de unos colores, de sus efectos paliativos cuando el tribalismo se nos escapa de las manos. De su pasión. Tengo dos equipos. Uno de ellos es la selección nacional, el otro es el mejor del mundo. En realidad ahora son casi iguales.

Entiendo a quienes su infancia los derivó hacia otras aficiones. Fueron alejados para siempre del fútbol y, ya de adultos, se ven bombardeados por griteríos, fanatismos, empachos de programas televisivos,y no pueden hacer nada por evitarlo. Se aislan pero el ruido traspasa su hastío. Me cuesta entender, sin embargo, que aunque no les guste el fútbol, no tengan preferencias al menos por el equipo de su tierra.

Lo mío no tiene remedio porque fue el destino el que me arrastró al fútbol. Todo empezó a tierna edad con una pelota hecha con trapos prensados y envueltos en una media de nylon, siguió con una pelota de goma en duras competiciones terreras y acabó en los palcos de prensa haciendo crónicas de Tercera, Segunda y Primera División. Me gusta el fútbol. Y me aburro los fines de semana de invierno y los largos y tediosos veranos sin ligas.

La televisión ha hecho mucho por el fútbol. Lo sacó de la UVI de los ochenta, arrastró a los estadios a las féminas con pinturas de guerra, convirtió las camisetas en símbolos identitarios, abandonó el rigor de la competición y transformó en espectáculo lo que era un mero deporte. Irrumpió con sus cámaras en los ángulos muertos de las jugadas más polémicas, pero no ha logrado aún que los enemigos del fútbol -algunos de mis amigos, entre ellos- cayeran del caballo y vieran la luz.

Hoy me ha dado por recordar con una sonrisa la frase de Guerrita: «Hay gente pa tó».