Por qué se habla tanto de Suiza, de Liechtenstein o de las islas Bahamas, cuando en realidad la madre de los paraísos fiscales es la City de Londres? Sobre todo después de la desregulación de las actividades financieras en esa capital, uno de los legados de peores consecuencias de la Dama de Hierro.

Plutócratas, oligarcas ex comunistas, monarcas depuestos, magnates del acero o del petróleo, miembros de las monarquías del Golfo y familiares de dictadores africanos, grandes empresarios, especuladores y banqueros, para todos ellos la capital británica es un poderoso imán.

Se habla continuamente de los paraísos fiscales como de lugares exóticos, con playas y cocoteros. Pero conviene no engañarse. El mayor paraíso fiscal, o al menos su centro de operaciones, tiene el suelo de asfalto. La capital británica es la gran beneficiaria de esos movimientos de divisas hurtados al fisco, con sus bancos internacionales, sus expertos en fiscalidad, sus gabinetes de abogados.

Como señala el periodista y activista británico Nicholas Shaxson, tanto el Reino Unido como Estados Unidos, otro país sin cuyo apoyo no existirían los paraísos fiscales, tienen un papel dominante en el G-8 y en el G-20, y su poderosa industria financiera tiene un interés enorme en desviar la atención y en que no se hable demasiado de ello.

Los que llaman en inglés centros off-shore, es decir los paraísos fiscales, constituyen una gran fuente de negocios para la industria financiera en el Reino Unido y benefician también al fisco británico gracias a la masiva afluencia de capitales. Muchas de las actividades relacionadas con las empresas y los productos financieros que se ofrecen, por ejemplo, en los llamados territorios de la Corona británica, buena parte del trabajo legal y contable, por ejemplo, se lleva a cabo en la City.

Y por lo que respecta a Estados Unidos, que tiene también su propia red de paraísos fiscales, desde los Estados de Delaware o Florida, que intentan captar los capitales procedentes de América Latina, hasta las islas Marshall o la africana Liberia, mientras presionan a Suiza, se niegan al intercambio de informaciones con algunos países del Sur del continente. En algunos de los Estados norteamericanos además es posible crear una sociedad sin tener que identificarse.

Resulta cínico que ahora algunos se rasguen las vestiduras ante la revelación de que Chipre ha servido durante años para el blanqueo de dineros de origen criminal, sobre todo rusos, cuando no se ha hecho hasta ahora prácticamente nada para evitarlo. Hay demasiados intereses en juego. Demasiada gente que se cree por encima de las leyes, como demuestra el escándalo que acaba de protagonizar en la vecina Francia el ex ministro del Presupuesto, Jérôme Cahuzac.

A raíz del estallido de la crisis, en 2008, se habló de tomar cartas en el asunto, pero desde entonces el lobby financiero no ha dejado de presionar sobre los gobiernos para impedir toda acción. De poco sirve tomar medidas espectaculares como la de gravar con un 75 por ciento a los supermillonarios si éstos tienen equipos de abogados y contables que les ayudarán a ocultar sus fortunas donde no tengan que pagar impuestos.

Y como explica el profesor de la Universidad de Oxford Paul Collier en declaraciones al semanario Die Zeit, para que prospere la corrupción hace falta terceros: el dinero procedente de los sobornos hay que blanquearlo y los abogados y banqueros que lo hacen posible «no están en Lagos o Bangui, sino en Londres o Frankfurt».