La semana pasada estuve varios días en Madrid. Asistí a un interesante seminario, pagado de mi bolsillo, sobre «El Parlamento en un contexto de crisis», y también a una reunión sobre la inexistente y fracasada política de vivienda y de lucha contra los desahucios del Gobierno de España, diseñada de la mano del sistema financiero y de espaldas a los ciudadanos.

En el viaje de regreso coincidí con Carlos Taillefer. Carlos es ahora un poco más conocido por ser el productor de la película de Antonio Banderas y, sobre todo, por haber sido finalista de los Goya de este año con su documental dedicado a los secundarios españoles. Ganó Bardem y su alegato por el Sáhara, pero Taillefer lo tuvo a su alcance con una obra llena de sensibilidad y gratitud, Contra el tiempo. Había esta vez cuatro malagueños nominados a los Goya, cuatro excelentes profesionales, luchadores, a los que nadie ha regalado nada y de los que nadie se acuerda en Málaga, sólo cuando triunfan, cuando consiguen fuera todo lo que esta ciudad tantas veces ingrata no es capaz de conquistar como ciudad.

Con Carlos Taillefer siempre recuerdo Por la gracia de Dios, aquella obra que casi le obliga a exiliarse mucho antes de que Fátima Báñez inventase nuevos eufemismos para referirse a la huida económica de miles de jóvenes de esta tierra sin pan. Y en esta ocasión también hablamos largo y tendido del desaparecido Festival de Cine de Benalmádena -que curiosamente se celebraba en el Palacio de Congresos de Torremolinos- que dirigió el olvidado Julio Diamante y al que iban mis padres, tan conservadores ellos, a ver las últimas novedades de arte y ensayo. Imaginar a mis padres y a mi tía, con mi primo Paco Jiménez Benítez, de excursión al Festival en los años setenta para ver El Imperio de los Sentidos es un ejercicio que todavía hoy es capaz de hacernos reír a carcajadas a toda la familia.

Leo de repente que los datos de taquilla son los peores de la historia. Desaparecen los cines Renoir. La crisis económica, la inquina de este (des)Gobierno contra la Cultura, la depresión general y la tristeza colectiva están haciendo mella. Quisiera escaparme, como hago todos los años, a ver alguna de las películas a concurso, en una edición más que prometedora. Y procuraré hacerlo, porque es mi forma de dar las gracias a todos esos actores y actrices y profesionales del cine español que me han hecho pasar tantos buenos momentos, que me han hecho disfrutar y pensar con sus películas, abrir mucho los ojos con su talento y su creatividad. Ojalá sientan estos días que la alfombra roja de Málaga está tejida con miles y miles de pequeñas e íntimas gratitudes. Y ojalá que vuelvan muchos años, porque esa será la mejor señal de la buena salud del cine español.