Quiere el jefe del partido socialdemócrata, Alfredo P. Rubalcaba, que la UE declare fuera de la ley y de la circulación a los billetes de 500 euros o Bin Laden, así llamados porque todo el mundo habla de ellos pero casi nadie los ha visto. Esos billetes forajidos son, a su entender, los culpables de que el dinero permanezca oculto a los ojos de Hacienda; por lo que su prohibición haría aflorar los cuartos en negro cuando sus propietarios se viesen obligados a cambiarlos. Para que luego digan que la oposición no tiene ni da ideas.

La medida recuerda vagamente a la que dicen que se le ocurrió en tiempos pretéritos a cierto profesor español para reducir la mortalidad en los accidentes de tren. Enterado por la estadística de que el mayor número de víctimas solía producirse en el vagón de cola de un convoy, el experto alumbró una luminosa idea: «¡Suprimamos el último vagón y asunto arreglado!».

Lo de Rubalcaba tiene mucha mayor lógica, aunque llegue un poco tarde. Una estadística dada a conocer durante los años del ladrillo de oro sugería, en efecto, que España acaparaba por aquel entonces una cuarta parte del total de billetes de 500 euros en circulación por Europa.

Algún ingenuo atribuyó tan copiosa demanda de papel de alta denominación a las necesidades de los contrabandistas; pero la explicación parece en realidad más simple. Los Bin Laden eran terroríficamente útiles para el pago de dinero en negro -o en plan B- que caracterizó a una ancha mayoría de las transacciones de viviendas durante aquellos años en los que España edificaba más casas al año que el Reino Unido, Francia y Alemania juntas. Los billetes valían mucho y ocupaban poco espacio en el sobre, doble ventaja que sin duda facilitó el trasiego de dinero invisible tan habitual cuando aquí atábamos los perros con longanizas (o con ladrillos, para ser exactos).

Ahora que el boom de la construcción ha desembocado, efectivamente, en un explosivo boom que se llevó por delante los empleos de millones de españoles, puede que ya no sean tan necesarios los billetes de alta gama para evadir dinero a Hacienda más cómodamente.

Los bienaventurados que se forraron a cuenta de arruinar el país guardan su dinero en Suiza, en Andorra, en Belice y otros lugares a los que no llega -salvo ocasionales excepciones- el escrutinio del Fisco. Por si ello fuera poco, la amnistía decretada por el Gobierno ha permitido que los defraudadores lavasen su dinero legalmente, de modo que nada les impide disponer de sus cuartos ya aseados en el cajero automático más próximo.

Hasta el famoso tesorero y sagaz inversor Luis Bárcenas puede manejar sin escrúpulo parte de los millones que repatrió de Suiza y ahora están limpios como una patena tras pasar por la lavandería del Estado.

Algún despistado quedará que no haya tomado la elemental precaución de llevarse la pasta a Suiza y aún guarde sus delatores Bin Laden bajo el colchón o en la caja de seguridad de un banco; pero tal vez no sean ya muchos tras la reciente amnistía fiscal. Y es de sospechar que lo sacarían del país si entreviesen la posibilidad de que el Banco Central Europeo va a meter en el corralito a los billetes de 500.

Aun así, la propuesta de Rubalcaba es ingeniosa y no carece del fresco aroma de la novedad. Siquiera sea por eso, habría que agradecérsela en estos tiempos de sequía general de ideas. Y hasta de ocurrencias.