Ante la amenaza persa, Temístocles aconsejó a los atenienses que abandonaran la ciudad para poder llevar la guerra al mar. Así, los barcos, y no los edificios de la Acrópolis, que eran entonces en su mayoría de madera, serían los «muros de madera» que según el Oráculo de Delfos salvarían a Atenas. Temístocles fue el responsable de la gran victoria griega en la batalla de Salamina y de la fortaleza naval de Atenas, pues convenció a los atenienses de que utilizaran los ingresos de las minas de plata de Laurión para construir doscientas trirremes justo antes del comienzo de la Segunda Guerra Médica, en lugar de que el erario público diera diez dracmas a cada ateniense. La decisión de abandonar Atenas, dejando la ciudad a merced de los persas, fue arriesgada y muy dura, puesto que la ciudad fue arrasada. Pero no debemos olvidar que en la antigua Grecia una ciudad se define por los hombres que la componen más que por el territorio que ocupa o sus edificaciones, es decir, lo que constituye la polis son sus hombres, de ahí que oficialmente nunca se dijera «Atenas», sino «los atenienses» o «la ciudad de los atenienses». Por eso, en el momento del adiós al estadio de San Mamés, nos queda el consuelo de que un club de fútbol se define más por sus aficionados y por su «filosofía» (con perdón de Gustavo Bueno) que por su estadio. Los nuevos temístocles del Athletic han decidido abandonar San Mamés para poder vencer a los nuevos persas del fútbol hipermoderno. La decisión es arriesgada. Pero las esencias del Athletic Club no están en el estadio de San Mamés. Ni siquiera en Lezama. Esas esencias están en los aficionados del Athletic.

Esparta no contó con un recinto amurallado hasta finales del siglo III o comienzos del II a. C., ya en un momento de declive político y militar. Hasta entonces, como sentenció el rey Agesilao II a comienzos del siglo IV a. C., los hombres de Esparta eran sus murallas. Las murallas del Athletic son sus jugadores. La mística de San Mamés, la mitología en torno a un estadio que todos llaman «la catedral» del fútbol, el maravilloso aroma a fútbol de otra época que los buenos aficionados perciben cuando visitan el viejo estadio del Athletic es parte del fútbol y parte del Athletic, pero no es el fútbol ni el Athletic. Hay vida más allá de San Mamés, como hubo vida en Atenas más allá de la destrucción de la ciudad por parte de los persas en tiempos de Jerjes.

El viejo y encantador Sarriá ya no existe, pero el Espanyol sigue siendo el Espanyol. Algunos temístocles dicen, entre susurros, que el Camp Nou está viejo, y que el Barça tiene que ir pensando en construir un nuevo estadio. ¿Messi jugaría peor en otro estadio? ¿Alguien cree que Xavi, Iniesta 0 Cesc perderían su magia en otro estadio que no fuera el Camp Nou? El Camp Nou es lo que es porque el Barça (afición, jugadores, club) lo ha hecho grande. No al revés.

En el límite, un equipo de fútbol podría jugar como local siempre en un estadio diferente y prestado y no pasaría nada. El Milan y el Inter comparten estadio, y no pasa nada. Los estadios cambian de nombre porque el que paga manda, y no pasa nada. San Mamés se convertirá en historia y el Athletic seguirá su camino. No pasa nada. Bueno, sí pasa. Pasa que a los futboleros nos da pena que el pasado fin de semana el Athletic jugara su último partido de Liga en San Mamés, y pasa que los aficionados del Athletic vivirán algún tiempo entre la nostalgia del pasado y la emoción del futuro. Pero así es la vida. La familia es la familia aunque cambie de piso. Si la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid pasa a ocupar la sede de Bankia, las lecciones sobre Platón, Kant y Habermas seguirán iluminando a los estudiantes. Hasta «Los Simpson» seguirían siendo «Los Simpson» aunque se mudaran a Telecinco.

Un club de fútbol no se define por su estadio. Así todo, será extraño ver jugar al Athletic en un estadio que no es San Mamés. ¡Ay!