uando los buscadores empezaron a consolidarse, en la época en la que Google aún no dominaba el mercado, y otros que le habían precedido como Altavista, peleaban por no sucumbir al poder del algoritmo creado por Larry Page y Sergey Brin, el periodismo ya empezó a aprovecharse de una minoritaria, aunque creciente e interesantísima fuente de información adicional en la que los periodistas se sumergían de vez en cuando en busca del dato que corroborara sus sospechas o simplemente a la caza de un cabo al descubierto que escondiera debajo un gran ovillo, al igual que se hacía a veces en el mundo físico con boletines oficiales, revistas sectoriales o, si se terciaba, hojas parroquiales, con las que se completaba lo que se obtenía gracias a los contactos que confiaban en el periodista, las fuentes activas que se cultivaban día a día y que confirmaban sospechas o daban al periodista no sólo datos o impresiones que podían transformarse en una noticia o una gran primicia, sino el feedback, la retroalimentación necesaria para tomar el pulso a un tema o a una comunidad o incluso, al propio trabajo que uno venía haciendo. Es cierto que había usuarios online agrupados en torno a temas de interés, en herramientas de debate y participación, pero su uso no era generalizado, y lo que aportaba internet al periodismo era un incipiente método de rastreo de información o de hallazgo de perlas informativas.

Sin embargo, la eclosión de redes sociales como Twitter y su uso periodístico han venido a aunar ambos conceptos, el del rastreo de datos y el del valor de los contactos. En su vertiente de fuente para ser rastreada, su poder se ha multiplicado y las redes sociales permiten seguir lo que dicen, conscientemente o por incontinencia verbal, aquellas personas que resultan interesantes desde un punto de vista informativo, o estar al tanto de algún tema en tiempo real. Al ser el uso de Twitter tan masivo, esos datos restringidos antes al mundo físico están también de manera creciente en el mundo online, en boca de sus protagonistas, multiplicándose gracias al poder de difusión de las redes sociales, y esperando ser encontrados. Es cierto que esa propia dimensión que han tomado las redes sociales puede desorientar si no sabe gestionarse, pero no sirve de excusa aludir a la sobreabundancia de información que ha propiciado internet y por ende las redes sociales. La sobreinformación no es un problema; el problema siempre es el mal uso de los filtros. En el mundo digital y en el predigital. Estar desconectado de las redes sociales, al menos de aquellas que desde un punto de vista periodístico tienen más valor, es por tanto dar la espalda a un sinfín de posibilidades de enriquecer informativamente los periódicos, radios o televisiones. Y en su vertiente de conexión con fuentes directas o incluso con nuestros lectores, su valor es de un potencial inimaginable. Si se tiene muy presente que no se trata sólo de nosotros, los periodistas, sino de que la red social es una comunidad, en la que se da y se recibe, ese cultivo se traduce en contactos valiosísimos, entre los que se incluye también a los lectores, en un modo que nunca había sucedido. Bien gestionadas las redes sociales, fortaleciendo los lazos con los contactos y siguiendo la información, como en el mundo físico, los beneficios que se obtienen, en forma de primicias, mejora de la información, toma del pulso de sectores sociales, e incluso ayudas directas a la hora de investigar un tema, son incuestionables para los medios, se publiquen en uno u otro soporte. Si olvidamos que las redes sociales son multidireccionales, y seguimos usándolas unidireccionalmente, entonces pierden todo su potencial.

Y si además de su potencial como inmensa fuente de información en tiempo real o como medio de descubrir, estar en contacto y fidelizar nuevas fuentes, incluyendo lectores, añadimos como tercer pilar la capacidad de las redes sociales de amplificar y difundir información, darle un empujón a una primicia recién publicada en el periódico y ver cómo va evolucionando, retroalimentándola y abriendo nuevos caminos, concluiremos que ser incapaces de gestionar adecuadamente las redes sociales es un imperdonable error de estrategia para el periodismo, una limitación sin disculpa posible. Cierto es que hay bulos e intoxicaciones en las redes sociales, pero también los hay en la calle. A los fundamentos tradicionales del periodismo corresponde lidiar con ellos, sean en la calle o en Twitter, y comprobar su veracidad. Las redes sociales no sustituyen al periodismo. Es más, lo necesitan. Sería un error no aprovechar la oportunidad. Pero, dicho esto, también sería un yerro inexcusable suponer que la gestión de las redes por parte de los periodistas ha sustituido completamente a la calle y que ya no merece la pena esforzarse por patearla, porque la realidad es que la calle, el mundo más allá de las redes sociales, sigue existiendo, y es allí donde siguen estando también voces que no se escuchan en la red, a veces las voces de los más débiles. Cuando me preguntan, por tanto, si prefiero a un periodista con muchos followers a uno que escribe bien, contesto siempre lo mismo, que prefiero a un periodista que traiga noticias, de las redes sociales y de la calle y que, si no es mucho pedir, escriba lo suficientemente bien y de manera lo suficientemente ordenada y estructurada como para que se le entienda. Si, además, tiene gracia para contarlo y rudimentos para montar el armazón narrativo en el soporte que corresponda, mucho más a su favor. Ni sólo redes sociales ni vivir de espaldas a ellas. El periodista, donde está la noticia. Y oficio para saber contarla luego.