Luis Linde ha sido mi superhéroe durante unos minutos. Cuando escuché a todo un gobernador del Banco de España proponiendo de manera excepcional un sueldo por debajo del salario mínimo, me rendí ante un alto cargo que aquilataba la gravedad de la situación, y estaba dispuesto a sacrificar la mayor parte de sus ingresos por el bien del país. Casi me asalta una lágrima. Imaginen mi decepción subsiguiente, al comprobar que los emolumentos de mi ídolo quedaban exentos del monumental sacrificio. Linde propone salarios de miseria para los demás. De hecho, han de recibir cantidades ínfimas para que él pueda mantener íntegro su peculio, ahondando el abismo que le separa de la siempre impertinente muchedumbre.

Antes de ordenar a los demás lo que deben cobrar -o mejor, lo que no deben cobrar-, el gobernador que actúa como presidente de la patronal bancaria debería detallar su sueldo y percepciones adyacentes, al igual que sus expectativas de engrosar algún día las listas del paro. Nuestra ignorancia nos impide entender una escala retributiva donde no cobran demasiado quienes ingresan veinte mil euros mensuales -Bárcenas, ejecutivos bancarios-, sino quienes ganan dos mil. Desde la ecuanimidad, admitamos que los asalariados con 400 euros al mes no podrán ser estafados por los bancos de Linde con la venta de preferentes, un argumento que brindamos gratuitamente al gobernador.

Linde no se aparta de la norma, al pensar que los demás deberían ganar menos. La mayoría de seres humanos compartimos la convicción de que estamos injustamente remunerados por comparación con nuestros semejantes. La diferencia estriba en que sólo los gobernantes y gobernadores pueden imponer este criterio, disfrazándolo de una verdad revelada que siempre los deja exentos. Tendremos tiempo de maldecir el día en que los financieros descubrieron que la economía no era un juego de suma cero, por lo que ellos podían ganar mucho más de lo que quitaban a los perdedores.