El mayor riesgo de guerra vivido por mi generación es la «crisis de los misiles», de 1962. Kennedy en la Casa Blanca, Jrushchov en el Kremlin, echan un pulso con el botón nuclear, a propósito de unos misiles soviéticos a instalar en la Cuba de Castro. Los aviones del comando estratégico de los dos países estuvieron en el aire, cargados de bombas atómicas. Recuerdo mi mirada al cielo, que esos días de fines de octubre parecía plagado de estelas blancas (las habituales, supongo, pero mi percepción era esa). Había visto hacía poco La hora final, de Stanley Kramer, un espléndido paisaje humano tras el holocausto nuclear. Seguramente el nuevo pulso con motivo de la entrega de misiles rusos a Bashar Al-Assad, y la amenaza de Israel de impedirlo, será, a lo sumo, la repetición de la historia bajo modo de farsa de la que hablaba Marx, pero no puedo evitar un aviso en el sistema de alertas.