En la historia de la literatura, numerosas fueron las mujeres que arrastraron a sus maridos -o a sus amantes- a la guerra. Menelao, despechado rey de Esparta, puso sitio a Troya e hizo arder la ciudadela para recuperar a su esposa, Helena, la mujer más bella, dice la Iliada homérica, sobre la faz de la tierra, raptada por Paris, príncipe troyano, merced a una cuita entre deidades femeninas vanidosas y frívolas. Se trata de un mito clásico, desde luego, pero con reminiscencias en la actual Troya que amenaza con poner a Mariano Rajoy a los pies del caballo imponente de Aznar, Menelao enfurecido por los desplantes del partido a su mujer, Ana Botella, alcaldesa de Madrid, políticamente herida de muerte en su talón de Aquiles por la flecha envenenada del Madrid Arena.

Dicen que entre las razones que han empujado al expresidente del Gobierno a saltar a la arena política la más poderosa es la defensa a ultranza de las posiciones de su mujer, de quien se insinúa que no repetirá como candidata al mando madrileño -de hecho nunca lo fue, ya que ocupa el principal sillón consistorial de rebote, tras la marcha de Alberto Ruiz Gallardón al Gobierno de los recortes- y que su puesto será ocupado por Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno en Madrid y «enemiga» de Botella, que intentó desviar hacia la representante del Ejecutivo en la comunidad autónoma las responsabilidades del suceso trágico de la noche de Halloween, en el que perdieron la vida cinco chicas, la madrugada del 1 de noviembre del pasado año.

Aznar, la esfinge hierática que había desaparecido del teatro de operaciones de la política nacional, regresa, jaleado por cierto corifeo mediático, como una hidra al olor de la sangre y se lanza a la yugular de su sucesor al frente del Gobierno y del partido, poniendo en riesgo la estabilidad de una formación política en sus horas más bajas a causa de la grave situación económica que azota con violencia al país. El caso es que Aznar amaga con regresar y ha puesto a Rajoy en un cuello de Botella. Una mujer puede estar detrás de esta operación de acoso, la misma que aspiraba a convertirse en la Hillary Clinton de la política española.

Mucho mando acaparan las mujeres de los líderes del PP, hasta el punto de desencadenar cismas. Recordarán que en su día se dijo que la ruptura política de Francisco Álvarez-Cascos con Sergio Marqués, que dinamitó al PP asturiano y puso en bandeja el gobierno regional al PSOE, tuvo uno de sus episodios relevantes en el notable malestar que provocó en la esposa del fallecido presidente asturiano la ruptura de Cascos con su primera mujer, de quien era íntima amiga, para contraer nupcias con una jovencísima Gema Ruiz.

Las parejas de los líderes políticos ayudan o dificultan; en ocasiones parece que son ellas quienes provocan las decisiones de ellos. Más incluso, detrás de un político sublevado siempre se intuye la sombra de una mujer. La galerista María Porto, actual esposa de Álvarez-Cascos, se presentó en sociedad, durante la campaña electoral del arranque casquista, como la cara amable y rejuvenecedora del exvicepresidente del Gobierno. Actuó de primera dama con cuentagotas durante los meses que Cascos gobernó el Principado, pero había sido su escaparate en la campaña, en una clara operación de «merchandising» del veterano político. Algunas voces hablaban, incluso, de que la ambición de ella era una de las palancas para que él retornara a la primera línea política. Quien desde las filas conservadoras confiara en que Porto iba a ayudar a reconducir las relaciones de los foristas con el PP se equivocó. Una vez perdido el Gobierno regional, la ex primera dama ni está ni se la espera. Que se sepa.