Nuestro ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, no ha hecho más que cabrear a todo el mundo desde que llegó -aunque nadie se explica aún cómo- al cargo. De hecho ostenta la peor valoración política de la historia de nuestra joven democracia. Así que nada debió extrañarle la reacción de algunos de los estudiantes que le negaron el saludo en el acto de entrega de los Premios Nacionales de Fin de Carrera de Educación Universitaria celebrado a comienzos de esta semana. Durante la ceremonia, Wert elogió el esfuerzo de los galardonados, señalando que habían realizado «de forma espléndida su trabajo», aunque yo creo que lo más espléndido fue comprobar cómo estos estudiantes habían asimilado conceptos tan elementales como ser coherentes de palabra y acto; no someterse al dictado de los poderosos; reivindicar los derechos y la justicia; mostrar que otra realidad es posible, y, sobre todo, hacernos ver que la Universidad todavía conserva ese espíritu de transformación social a través del conocimiento, la investigación, la cultura, la integración, el respeto y la crítica. Un espíritu que, digo yo, no haría mella en los años de estudio de Julio Somoano, director de informativos de TVE, puesto que los telediarios de la televisión pública optaron por no hacer mención al desplante estudiantil a Wert, hecho que nos trae a la memoria al gran Urdaci, aquel muñeco ventrílocuo de Aznar, además de un terrible imitador de Tom Jones.

También Wert prefiere contemplar la vida desde otra perspectiva, y por eso en la web del Ministerio de Cultura han subido un vídeo, cortado y editado, de la citada entrega de premios en el que sólo aparecen los estudiantes que sí saludaron al jefe supremo. La censura, como la religión, es una de las armas preferidas de los malos políticos y los dictadores. Los que recurren a la amenaza del infierno y la negación de la realidad tratan así, sin ningún éxito y con mucho ridículo, de ocultar la indignación, el cansancio, la desilusión y la desesperación ciudadana que despiertan con sus medidas y leyes, aunque lo único que consiguen es aumentar la repulsión. Desde Cultura consideran que el desaire al ministro fue «minoritario», como supongo que considerarán mínima la adicción mundial a Angry Birds. Ahora, para ganarse un poco de cariño -o piedad-, Wert se ha declarado «completamente abierto» a revisar la terrorífica subida del IVA cultural al 21%. Eso sí, siempre que la medida fuera «compatible» con los objetivos de «consolidación fiscal». No me digan que este ministro no es carne de videojuego.