En su último ensayo, Antonio Muñoz Molina, flamante premio Príncipe de Asturias de las Letras, puso el dedo en la herida territorial del país, duplicado en administraciones públicas gracias a unos políticos que llegaron a las autonomías y ayuntamientos pensando en cómo perpetuarse a través de las redes clientelares y las covachuelas del poder.

Se trataba de modernizar el funcionamiento de la esclerotizada y caduca burocracia franquista, pero en vez de romper con todo aquello y plantear algo diferente, lo que hicieron los partidos fue construir un edificio a su medida, incorporando a lo que ya había asesores, gerentes, empresas municipales, fundaciones, sociedades, para tener la garantía de que si la cosa no circulaba por un conducto lo haría por otro. Un disparate que, además de propiciar todo tipo de corruptelas e ineficiencias, ha devenido en un gasto insoportable para los contribuyentes de un país quebrado y deficitario, en buena medida por culpa del redundante desacierto político en materia territorial.

Bueno, pues ahora la reforma local que propone el Gobierno está siendo discutida una vez más por los dos principales partidos, que, como es obvio, ponen objeciones a desmontar sus rentables chiringuitos. Los socialistas quieren que el texto popular sea retirado para pasar a negociar otra cosa. Resulta curioso comprobar cómo la iniciativa del PSOE la lleva el inefable Gaspar Zarrías, responsable en ese partido de política municipal. Digo porque Zarrías, además de haber alcanzado notoriedad como hombre orquesta cuando una cámara lo pilló en el Senado en un asombroso juego de manos votando, a la vez, en tres o cuatro escaños vacíos, con manos y pies, ha sido en su dilatada carrera política un muñidor de apaños en las administraciones públicas andaluzas. Si hay que negociar con Zarrías un nuevo horizonte de eficacia y austeridad en los ayuntamientos, no parece desde luego la persona indicada para llegar a un buen acuerdo.

Muñoz Molina, intelectual sólido y decente, además de un buen novelista, ha sabido diseccionar como pocos esa voracidad de los partidos que nos ha llevado a un callejón sin salida.