Ha dicho Durao Barroso, que es el bajito de Los Morancos disfrazado de presidente de la Comisión Europea, que España «ha superado su drama» y que hay, de nuevo, motivo para la esperanza.

En mi colegio, cuando la monotonía de la lluvia en los cristales, cuando aquellos días azules y aquel sol de la infancia, España era sólo un mapa que limitaba «al Norte con el mar Cantábrico y los Montes Pirineos que la separan de Francia», una simplona pero eficaz cancioncilla geográfica, y todavía, algunas veces, alguien daba un paso más y nos decía que era «una unidad de destino en lo universal», que sonaba rarísimo y no había quién lo entendiera. Me costó años, lecturas y olvidos comprender que un país no es paisaje sino paisanaje, algo que, por lo visto, Durao Barroso aún no ha comprendido.

Alguien debía explicarle al portugués que el drama es más bien tragedia en millones de familias a las que el paro y la pobreza les ha llevado a callejones sin salida, sin el escape siquiera de la protección social, porque eso ha sido lo primero en recortarse, y que hay quien, llevado en volandas por una depresión, se prende fuego ante los organismos públicos porque ya no se le ocurre nada más para seguir viviendo y ni siquiera una forma menos mala de morir.

Alguien debería explicarle, acaso, que una reducción del paro en ochenta y siete mil personas no es un dato tan apabullante como para soltar palomas en las plazas al tiempo que erigimos estatuas a nuestros próceres, y que los cinco millones de desempleados que todavía quedan claman desde los bancos de los parques por un calendario que no incluya treinta lunes al sol por mes, y que lo mejorcito de un par de generaciones ha tenido que hacer las maletas y alquilar su talento y su entusiasmo en otras tierras, bajo un sol menos alegre pero más alimenticio.

Tal vez alguien debería explicarle a Durao Barroso que el drama en España es una tragicomedia de enredos, un vodevil en el que quien puede mete la mano en la caja, ya sea el yerno de un rey, un sindicalista, un gerente inteligente, un hijo del honorable o cualquier concejalillo, todo esto de carrerilla y sin hacer memoria porque me aburre una barbaridad. Habría que explicarle que en España los partidos se han anquilosado en sí mismos, convirtiéndose en estructuras destinadas únicamente a perpetuar en el poder a gente que ha hecho de ello su única forma de vida.

Si alguien le explicara todo esto, y si él mismo no fuese igual, del mismo pelaje y la misma casta que quienes nos han hundido hasta aquí, tal vez la próxima vez Durao Barroso no desbarraría.