La deuda pública del país que crece al mayor ritmo de la historia. Récord también histórico de parados, dos recesiones en cinco años y unas perspectivas de recuperación poco claras. Son los indicadores «de libro» para una cicatriz social de aúpa, y ríete del Guadalmedina. Un déficit público que a duras pena se contiene a pesar del sacrificio inhumano de los ciudadanos y una penalización excesiva de los mercados. Nadie duda de que la actual crisis es por su profundidad, su persistencia y sus múltiples implicaciones un fenómeno histórico en nuestras vidas. Y sin embargo es curioso que otras crisis la precedieron, y siempre son del mismo estilito. De ineludible «marca Spain».De las de los pobres más pobres y los ricos, más ricos. Y algunos se preguntan cómo hemos llegado al 56% de paro juvenil. Ni más ni menos con la magnífica forma de «gestionar y distribuir» que en forma de g-a-t-a-c-a tenemos en nuestro ADN. Para duras, y más duraderas, que se lo digan a Felipe II, que llego a tener deuda galopante y la «crisis de Cuba», la que nos hizo perder todo el imperio de ultramar y que se puso al 123%. Montoro por estos andurriales va para esas cifras. Se ha calzado nada más y nada menos que en el primer trimestre 39.438 millones de euros, alcanzado el volumen total de 923.311 millones, lo que representa el 87,8% del PIB. La cifra más alta del siglo. Ahora que tanto se habla aún de la herencia recibida, y al margen de luchas partidistas, de las cual ya están hastiados los ciudadanos (las estadísticas hablan por sí solas), es muy fácil observar las herencias que han llevado a nuestra economía a crecer o hundirse a lo largo de la historia. Cada tiempo tiene su crisis, y lo curioso es que siempre solemos actuar de la misma forma. Eso sí que es herencia y protocolo de actuación ibérica, ni el PNL ese (programación no lingüística) tiene tanta eficacia. Al leer la tinta de los periódicos de antaño fluye este virtuosismo. Es toda una experiencia echarle un vistazo a esos periódicos como el Avisador malagueño o El Popular. Que si la sátira política, la nostalgia, la ironía, el humor corrosivo, las caricaturas apenas disimuladas o explícitas de políticos y otros personajes camaleónicos y acomodaticios de la sociedad de su momento. En el XIX español ya el tono del periodismo era mordaz, agresivo y polémico tanto en el aspecto político como en las más diversas controversias culturales o sociales, que si en la consecución de los contratos o en la defenestración de este u aquel por el cainismo político de la época. Ese era nuestro pasado. Bienvenido a nuestro presente. En su momento sirvieron para enconar aún más el enfrentamiento ideológico y la acalorada discusión sobre ciertas voces y conceptos, mientras la deuda seguía en alza.

Si conociesen la historia los que en ocasiones no gobiernan, comprenderían mejor la naturaleza de nuestra economía y también los porqués de la crisis actual. Comprender este sainete sería más fácil para todos. De la depresión y crisis del XIX, a los años del hambre de la posguerra y el primer franquismo; de la quiebra del antiguo régimen en la primera mitad del XVIII a la crisis del petróleo y los problemas en la España de la transición a la democracia; de los efectos de la Gran Depresión del 29 en la Segunda República a la prima de riesgo, los rescates de la UE y el banco malo. Los cargos y prebendas que obtuvieron derivaron en un predominio de actividades poco productivas, el clientelismo siempre haciendo de las suyas. Las grandes crisis suelen ser causa, o al menos acicate, de cambios sustanciales de los sistemas económicos y también políticos. Está por ver cuáles son los cambios de calado que propiciará la gran depresión de este convulso inicio del siglo XXI. Para algunos, una oportunidad. Para otros, una temida amenaza. Eso sí, siempre el cainismo, ese seguirá. Habrá que preguntarse y estudiar el caso de países como Noruega, que en apenas 50 años empezó casi de 0, pasando de ser un erial a experimentar un rápido crecimiento y ser uno de los países más ricos del mundo. Como en las escuelas de negocio habrá que analizar cómo lo han hecho y cómo se puede llegar hacer, y a ver si somos capaces claro. ¿Será cuestión de cultura? En todo caso, nunca es tarde. Hay una diferencia esencial. Nunca antes vivimos en democracia, esa es nuestra esperanza.