Hace algunos años, bastantes por cierto, fui profesor de filosofía en el Instituto San Pelayo de Tui (Pontevedra) Tui era (y sigue siendo) una hermosa ciudad gallega, recostada en la ribera del río Miño y situada en la frontera con Portugal. Pasé muchas veces al país vecino a través de la aduana que estaba situada en el puente de hierro que te ponía en el camino de Valença do Miño.

El contrabando de café era un negocio próspero a ambos lados de la frontera. Aún recuerdo la expresión de uno de mis alumnos, mientras paseábamos por un camino sinuoso, bordeado, como es habitual en Galicia, de árboles frondosos y plantas multiformes:

Qué lugar tan ideal para el contrabando.

Me llamó la atención aquel comentario porque creía más natural oír otras exclamaciones de aquellos bulliciosos jóvenes. Exclamaciones del tipo:

Qué lugar tan bonito.

Qué vegetación más frondosa.

Qué variedad de plantas y hojas tan grande.

Qué paseo tan agradable por estos caminos inciertos.

Qué lugar más apropiado para jugar al escondite€

Recuerdo que pensé en aquel momento cómo condiciona el contexto nuestro lenguaje. Él habló del contrabando porque era eso lo que allí sucedía, era eso de lo que allí se hablaba€ Pues bien, oí entonces, y no tengo datos que acrediten la veracidad de la historia, que un individuo cruzaba todos los días la frontera en un bicicleta, en cuyo transportín colocaba un saco de paja. Los aduaneros le hacía bajar indefectiblemente el saco, lo vaciaban cuidadosamente y analizaban con detenimiento la paja que contenía. No hallaban nunca nada anormal, nada que fuera objeto de ninguna intervención punitiva. Los interrogatorios eran exhaustivos:

- ¿Para qué quiere usted la paja?, ¿de dónde la trae?, ¿a dónde la lleva?...

Las contestaciones estaban cargadas de aplomo, de aparente veracidad y de rigurosa lógica. Por eso, después de los interrogatorios y de las pesquisas minuciosas, acababan dejando pasar al viajero.

Al parecer, después de mucho tiempo, alguien descubrió que aquel individuo hacía contrabando de bicicletas. El saco de paja era una forma hábil de desviar la atención de los vigilantes. Nunca pusieron sus ojos inquisitivos en la bicicleta.

No sé si la historia es fidedigna, pero me sirve para ilustrar esa curiosa y reiterada estrategia que utiliza muchas veces el poder para distraer la atención de los ciudadanos. Mientras la gente se ocupe, hable y se distraiga con un asunto intrascendente, los verdaderos problemas pasan inadvertidos. Es una forma fácil de que nos la den con queso. Poner en circulación un chisme hace que nos olvidemos de los verdaderos problemas. Sacar a la luz un hecho llamativo hará que desviemos la atención de la verdadera tragedia que tenemos encima.

Los gobernantes son como trileros que manejan los vasos de la realidad de forma que nunca sepas dónde se encuentra la bolita. Te parece que está allí, ¿cómo puede ser que cuando levante los tres recipientes esté en otro sitio. Esa es la habilidad del que distrae tu atención de manera interesada. «Por aquí, por allí, por allဿdónde está? Y con unos juegos habilísimos te ha hecho creer que está en un sitio determinado. Te apostarías el triple de lo que has apostado. Lo has visto clarísimamente. Está ahí, si es que lo he visto de forma indudable. Pero no. Te ha dado gato por liebre. Te ha hecho poner la atención en un lugar equivocado.

Eso es lo que nos sucede muchas veces con el poder. Ahí están, haciendo jugos malabares con la realidad, con las noticias, con los datos, con los informes, con los problemas€ La cuestión más grave, a mi juicio, es que nos engañen una y otra y otra y otra vez€ Porque bastaría con una para no fiarnos. Pero no, cada vez el truco es más endemoniado.

El saco de paja es cada vez mayor. Y tú piensas: ahí tiene que estar. Ahí está escondida la trampa. Vacías el saco de la información que te brinda el poder, analizas, rebuscas, exploras€ Y resulta que te la estaban dando por el otro lado. La bicicleta no te había resultado sospechosa.

Creo que es muy importante afinar el olfato, estar al quite, abrir los ojos bien abiertos y cerrar con no menos fuerza la boca para no convertirnos en papanatas. No sé si el lector recordará aquella expresión supersticiosa de nuestras abuelas cuando se olfateaban algo que podía contener un peligro. Yo me acuerdo muy bien. Cuando sospechaban de la presencia de una culebra o de un zorro, decían para ahuyentar el peligro:

¡Lagarto, lagarto€!

Creo que hoy hay que decirlo con mucha frecuencia. Y estar con ojo avizor. Salir de esa ingenuidad que nos hace creérnoslo todo y de pensar que todo es inofensivo.

Ahora nos dicen que con la LOMCE se va a solucionar el problema del fracaso escolar. Y yo no puedo por menos de exclamar:

¡Lagarto, lagarto€!

Nos dicen también que la reforma laboral va a empezar pronto a dar frutos. Todavía no, pero en el futuro inmediato seguro que sí. Y no puedo por menos de exclamar:

¡Lagarto, lagarto!

Nos dicen que pronto, al final del presente año, se empezará a crear empleo. No me queda otro remedio que exclamar:

- ¡Lagarto, lagarto€!

Podría seguir poniendo ejemplos de nuestras autoridades políticas, económicas y religiosas. Creo que nos chupamos demasiado el dedo, que incurrimos en una ingenuidad patológica.

¿Cómo se combate esa credulidad a prueba de bomba? Con información fidedigna. Algunos confunden pereza de pensamiento con firmes convicciones. Y se mantienen en sus trece sin pensar que están siendo objeto de un engaño, de una manipulación descarada. La pereza intelectual nos lleva a creérnoslo todo.

Leyendo a quienes discrepan, tratar de ver qué argumentos utilizan, qué datos aportan, qué mentiras denuncian. Es como si alguien estuviese gritando a la puerta de la aduana:

El problema no está en la paja, está en la bicicleta.

Si los aduaneros pensasen: este hombre está loco, ¿cómo va a estar el problema en la bicicleta, habrán desaprovechado un sabio consejo, una pista valiosa para descubrir la verdad.

Hay que hacerse preguntar, dudar, poner en tela de juicio. Una profesora americana llamada Patricia Henderson dice muchas veces en sus conversaciones habituales: «porque en mi opinión», «desde mi opinión», «en mi opinión»€ Alguien le preguntó:

- Patricia, ¿por qué dices tantas veces «en mi opinión»€?

Ella contestó sin vacilar:

Porque me gusta mucho dudar. Creo que es muy importante. Tan importante me parece que le he encargado a mi familia que, cuando yo me muera, el epitafio que se ponga sobre mi tumba, diga lo siguiente: «En mi opinión, aquí yace Patricia Henderson».

Hay que pensar dónde están los sacos de paja con el que se entretiene nuestra atención, tenga forma de promesa, de atracción, de fiesta o de deporte€ Vayamos a la esencia de las cosas. Alguna vez he contado la historia de un león que murió y se fue al cielo de los leones. Allí encontró diverso grupos: los revolucionarios, los deportistas, los literatos, los religiosos€ Con todos ellos hablaba. Se encontró entonces con un viejo león que descansaba, ajeno a todo el trajín. Y éste le dijo:

- No les hagas caso. Lo único que pretenden es alejarte del problema verdaderamente importante: descubrir la naturaleza de la cerca.