Uno de los episodios más vengonzosos de mi vida ocurrió cuando mi cría tenía un par de meses. Estaba yo en la terraza de una cafetería con el bebé en el cochecito durmiendo tan plácidamente, cuando un crío de unos 4 años al que yo no conocía de nada, se acercó al carro y le metió un dedo en el ojo a mi hija que se despertó gritando. Sin pensarlo, cogí al crío del brazo y zarandeándole y gritándole, le amenacé con ponerle el culo morado si volvía a tocar al bebé. No estoy orgullosa de aquello pero, desde entonces, tengo claro que somos capaces de cualquier cosa por defender a nuestros cachorros.

Por eso entiendo tan bien a Mari Carmen García, la mujer de Benejúzar que roció con gasolina y quemó, provocándole la muerte, al hombre que violó a su hija cuando tenía 13 años y que, en un permiso penitenciario tras ser condenado, volvió al pueblo y, al encontrarse a Mari Carmen en una parada de autobús, le preguntó por su hija, lo que desencadenó en esta madre una ira que la llevó a cometer la salvajada que cometió. Porque matar a otra persona es una salvajada, claro, pero ¿quién no entiende a esta mujer? Por eso, porque tanta gente lo entiende, están lloviendo las peticiones de indulto para que Mari Carmen, que ya cumplió un año de prisión preventiva por la muerte del agresor de su hija, no tenga que volver a la cárcel. La primera en pedir clemencia es su hija, una mujer ya, que ha vivido toda su juventud con el drama, primero, de haber sido violada cuando era una niña y, después, de ver a su madre juzgada, condenada y encarcelada. Tras tanto sufrimiento, ¿no les toca a estas dos mujeres vivir en paz? Igual que todos asumimos, pese a entender su reacción ante el violador de su hija, que fuera condenada, porque matar a una persona no puede quedar impune, no entenderíamos ahora que se la vuelva a encerrar. Cualquiera que se ponga en su piel entiende su enajenación. Muchos de los que somos padres sabemos que somos capaces de gritar y zarandear a un niño de 4 años por meterle un dedo en el ojo a nuestro bebé.