La novedad en España no es que los jóvenes beban mucho sino que los niños comen poco. No es por subestimar los efectos del alcohol en quienes no han terminado su desarrollo, pero que el gobierno anuncie su voluntad de multar a los padres de muchachos que reincidan en el coma etílico al tiempo que Unicef divulga que el 27% de los niños españoles viven en el umbral de la pobreza suena a maniobra trilera.

De la devastación de una infancia hambrienta o mal alimentada se derivan consecuencias para toda la vida ligadas al crecimiento, la salud, el rendimiento escolar... Esa persona vivirá menos y peor. Hay maestros detectando chiquillos que reviven cuando se les da de comer y que rebañan las lentejas tan sanas como odiosas. Hay bancos de alimentos por los que fluye la nutrición hasta donde es solicitada pero lo que se ofrece desde el gobierno es que en la Marca España sigue habiendo alegres gitanos guitarristas y jamón de pata negra que mana de las fuentes. Antes de que el gobierno proponga multar a los padres que no puedan alimentar a sus hijos deberíamos ir señalando culpables de que uno de cada cuatro niños españoles esté en el umbral de la pobreza, donde sopla una corriente muy fría. Porque de eso estamos hablando, de umbrales de pobreza, de niños malnutridos. Hace un año los españoles nos hicimos avalistas de un crédito a la banca que, fundamentalmente, se zampó Bankia sin por ello dejar de arruinar a los que compraron sus productos tóxicos ni a los invirtieron en ella al toque de campana del prohombre Rodrigo Rato. Desde entonces nos visitan trimestralmente hombres de negro de tres importantes organismos supranacionales que no recaban informaciones en los comedores escolares. Debemos hacerles caso pero, muchas veces, pasado un tiempo, reconocen que se equivocaron. Acaban de hacerlo con Grecia y la cirugía económica que le aplicaron. Dentro de 20 años pedirán perdón.