El tiempo que la fiscalía de Rajoy dedica a la defensa de la infanta Cristina y de Miguel Blesa, el infante de Bankia, lo detrae de la persecución de delincuentes. Los motivos de esta solemne dejación de responsabilidades son diáfanos, pero cuesta entender el entusiasmo defensor al que se han sumado periodistas de variopinta extracción. Las plumas y cabeceras más destacadas se afanan por exculpar al expresidente de Caja Madrid. El indefenso Blesa ha de ser inocente a la fuerza, contra lo que indican la situación de su entidad y el engaño, ahora sustanciado por vía penal, a miles de compradores de preferentes.

Defender a Blesa se ha convertido en un nuevo género periodístico. Quede claro que el tropel de tertulianos y analistas que denuncian los atropellos contra Blesa -más numerosos que los preocupados por los atropellos de Blesa- obran por motivos altruistas. Mejor todavía, humanitarios. Todos ellos se han levantado unánimes cada vez que se ha imputado o encarcelado a un ciudadano en acciones después anuladas, lo cual ocurre en un porcentaje reseñable de los casos.

En la versión beligerante de los practicantes del género, más vale absolver a cien blesas que condenar a un inocente. De paso, han descubierto crímenes innumerables en el juez que decretó la prisión, unos vicios veniales antes de que actuara contra el expresidente de Caja Madrid. El club de periodistas en defensa de los derechos humanos de los banqueros deberá arremeter también contra Fernando Andreu, el magistrado de la Audiencia Nacional que se ha sumado a la investigación del santo Blesa.

Mientras las facultades de Ciencias de la Información pulen el programa de la asignatura Defensa Periodística de Banqueros, algún disidente recordará la frase según la que «hemos comprobado que ser gobernados por los banqueros organizados es peor que ser gobernados por el crimen organizado». La autoría no corresponde a un anarquista con bombas, sino a un discurso en campaña del presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt, tal vez el demócrata más reputado del siglo XX.

Una extendida distorsión llevaría a la conclusión de que la prensa, siempre bullanguera, se sumaría enardecida al hostigamiento de los financieros que han propiciado el mayor desastre económico de la historia de España. Sin embargo, esta profesión antaño díscola ha alcanzado la mayoría de edad, y sus luminarias han aprendido a defender a los poderosos contra los intereses de la siempre engorrosa masa de lectores y oyentes.