Los libros que se leen de un tirón no podrían leerse de ninguna otra manera. El tercer volumen de las memorias de Alfonso Guerra exige la deglución ininterrumpida, en la confianza de que no dejará un sedimento excesivo. Una página difícil de arrancar se ha disparado a los estantes de superventas, porque aplaca y sirve de consuelo a los votantes exiliados a perpetuidad del PSOE, que se sentirán reforzados en su decisión. Aunque se muestra menos bronco y deslenguado que desde la tribuna, el número dos socialista durante la era González mantiene el nervio que hoy ha extraviado su partido. Resulta desoladora la comparación entre la altivez del vicepresidente del Gobierno de Felipe González y la sumisión actual al PP del vicepresidente del Gobierno de Zapatero, también llamado Rubalcaba.

La rendición definitiva del PSOE, ante un PP cuyo presidente cobraba sobresueldos según Bárcenas, supone el mejor reclamo comercial para las nostálgicas memorias de Guerra. Por desgracia, la entretenida lectura se abandona con la conclusión de que, en manos del poético político sevillano, el socialismo se hubiera precipitado a mayor velocidad a su famélica situación. Por encima de los líderes conservadores, sus dianas favoritas son Solchaga, Solana y Felipe González, etiquetados de traidores a las esencias. Por desgracia, el autor sólo utiliza el sentido del humor contra los demás. Carece de capacidad autocrítica, las incisivas self-deprecation y self-derision que confiere su grandeza a los memorialistas británicos.

Guerra no tarda ni una línea en contradecirse. El capítulo inicial conlleva desde su epígrafe una exigente declaración de principios, «Sólo cuento lo que he vivido». Sin embargo, a continuación escribirá reiteradamente que «mi relato a partir de aquí está engarzado más en conjeturas que en datos fehacientes». Destruye así su aparatoso manifiesto inicial, al tiempo que invalida incluso conceptualmente sus memorias. Por medio de las lucubraciones invocadas se desengancha por ejemplo del escándalo de financiación ilegal de Filesa. El número dos del Gobierno y número uno del partido ignoraba lo que ocurría en el PSOE, en contra de la leyenda omnisciente que le adorna. El desmemoriado autor acaba por echar la culpa de la trama de empresas al PSC. Siempre los catalanes, faltaría más.

Nadie acusará a Guerra de humildad. Si el título de sus evocaciones ya remite a un spaghetti western de Sergio Leone, el subtítulo de «Memorias de un socialista sin fisuras» arranca unos incipientes escalofríos. Los hombres de una pieza dan miedo, y la editorial acrecienta la pavorosa sensación al consignar en la contraportada que se trata de las «Memorias definitivas», pese a estar cimentadas sobre conjeturas. Por si el mensaje pecara de falta de nitidez, se define al autor como «la voz más libre del socialismo español», que tampoco es decir mucho vista la situación en que se encuentra el socialismo español. Los créditos del libro apuntan antes a un boxeador que a un histórico vicepresidente del Gobierno. Las memorias de Rambo, el más libre, definitivo y sin fisuras.

Guerra llama profesionales de la política a los demás, aunque él no haya conocido otras encomiendas. Efectúa una defensa encarnizada del guerrismo, que pretende ser solapada aunque el autor siempre ha manejado con mayor comodidad la brutalidad que la inferencia. Mientras el autor de Una página difícil de arrancar jalea a sus lugartenientes, el lector se pregunta por qué los guerristas fueron reclutados entre los militantes más mediocres del PSOE, como si su líder estuviera reñido con las personas inteligentes. Esta tesis psicológica explica asimismo que el comadrón de la Constitución junto a Abril Martorell no haya dejado sucesores. Guerra es definitivo.

El personaje Guerra mejora cuando es contado por otros, se siente más cómodo empuñando el micrófono que acariciando el teclado. Sus memorias han de compararse forzosamente con los diarios de Bono, que derrota ampliamente a su adversario en el territorio del cotilleo de alta densidad política. El diputado socialista ni siquiera apuñala a Garzón en condiciones. La encendida polémica sobre el cobro en B tampoco aparece en el libro tal como ha sido difundida, puesto que no consta explícitamente que el juez lo reclamara. Además, el autor se enfrenta a la contradicción de que el magistrado ordenara la detención de Pinochet. Guerra debió tomar ejemplo de Hans Magnus Enzensberger y escribir Mis traspiés favoritos, aunque seguramente piensa que no ha cometido ninguno.