Estaban llegando a lo más parecido a un pacto de estado y lo frustraron por descortesía. Populares y socialistas sumados forman una mayorÍa aplastante (parlamentaria, no social), pero cuando ellos mismos predican la conveniencia de superar por una vez ante Europa la fragmentación partidista, lo menos que cabe esperar es que dejen a las minorías ritualizar su adhesión como es debido. Los grupos nacionalistas se sintieron menoscabados, a excepción de la mitad del canario (Ana Oramas), que sabe de memoria el efecto coartada que los pleitos internos, el insular, por ejemplo, facilitan a la dilación sine día de las soluciones. «Pónganse de acuerdo», dictamina el Estado ante una controversia local, mientras sepulta el expediente en el archivador. Lo mismo podrían hacer las instancias comunitarias si no consigue el Congreso español la unidad predicada para plantear ante el consejo europeo de finales de este mes una modulación flexible de la hoja de ruta impuesta a España en recortes, presiones y plazos.

La proposición no de ley que da letra a ese pacto será debatida y votada el día 25 en la cámara baja y es de esperar que para entonces hayan sido restauradas las bases del consenso, prescindiendo -porque ellos lo quieren, no por exclusión- de los grupos hostiles, que son la izquierda radical y el nacionalismo separatista.

Respeto y tolerancia para todos, sí; pero conciliar ideología y pragmatismo resulta a veces prioritario, sin que sirva de precedente. El pluralismo es un valor superior, y aún mejor con garantías plenas para las minorías, pues ya se ve que el resabio bipartidista puede frustrar las mejores intenciones. El desliz fue en este caso de Rubalcaba, y el PP lo ratificó ipso facto.

Aflojar los rigores revisionistas que cierran miles de empresas, impiden crear empleo y amenazan las pensiones, es una prioridad española que justifica abrumadoramente el pacto interpartidario cuando las llaves de la necesaria inflexión están más allá de la propia soberanía. Pero también las buenas maneras políticas revisten importancia sustantiva, porque los acuerdos del último minuto, por teléfono y sin luz ni taquígrafos, dan la peor imagen aquende y allende la frontera.

Son tantos los rotos del mapa político interior, y tan degradantes algunas de sus consecuencias, que reeducarse en la cultura del pacto podría ser disciplina obligada para rescatar valores democráticos de primer nivel, sin merma del debate pluralista como médula del sistema.

Además del temario europeo, hay cuestiones internas que tan solo el pacto puntual puede enderezar. El PP tratará de evitar que esa dinámica suplante su mayoría absoluta, y el PSOE cuidará celosamente sus bazas de alternancia. Pero España es mucho más que dos partidos y merece todos los esfuerzos solidarios aunque comprometan a corto plazo una parte de las opciones de cada cual.