El gran problema del fútbol son los «jugadores egoístas» a los que no les importa el club o los aficionados. Lo dijo ayer, a través de la agencia Reuters, el flamante «Happy One», otrora «Special One». Nada que objetar, de no ser porque hace poco menos de tres años un camarero lisboeta, hincha del Sporting de Portugal, vaticinaba en la Praça do Comércio que el problema del fichaje de Mourinho con el Real Madrid sería lo «egoísta que era el de Setúbal». Y remarcaba, al tiempo que me servía una frugal cena en mi escala hacia Oporto: «Aquí lo conocemos de sobra. Es tirano en el vestuario y demasiado protagonista ante la prensa».

En España tenemos millones de entrenadores. Jugamos a poner y quitar futbolistas de la pizarra, cual Del Bosque en potencia. Es un deporte nacional lo de sentirse como sentado en un banquillo. De fútbol, digo. Pero en Lisboa, donde tanto se miran en España y en ciudades costeras como Benidorm -deberíamos aprender de ellos y de una vez pasar página nosotros a tanta indiferencia ibérica-, el más sencillo de los «camareiros» es capaz de brindarte una auténtica lección de «futebol».

La de veces que me he acordado de aquel simpático «amigo», de aquella noche de verano de camino hacia Santiago, en pleno Año Xacobeo. Acertó de lleno en muchos detalles con los que nos amenizó la velada, nada más comentarle que éramos malagueños. Tras reconocer que se conocía local por local nocturno todo el trayecto entre Puerto Marina y la playa torremolinense de Los Álamos, nos aventuró que Jesualdo Ferreira, por mucho que hubiese triunfado en Oporto y tuviese liquidez ilimitada con el jeque, no llegaría a completar la temporada. Dicho y hecho.

Agregaba que Di María tenía mucho más fútbol de lo que imaginábamos. Que «El Fideo» se había hecho «futbolista» en el Benfica a pasos «agigantados» y que era «barato». Pero que su problema, como el de otros jugadores «galácticos» del Real Madrid sería el nuevo entrenador. Tengo que reconocer que ni esperábamos tan fugaz trayectoria de Ferreira en el banquillo malaguista, ni que en efecto terminase Mourinho «siendo el problema» del vestuario blanco». No puedo recordar literalmente la conversación, pero sí que la palabra «problema» fue utilizada una y otra vez por el «camareiro».

No soy ni mucho menos partidario de los continuos cambios de timonel en los equipos. Al contrario, lamento que los dirigentes con frecuencia tengan tan poca paciencia a la hora de destituir a los preparadores. Pero sí termina hasta el más paciente por perder la paciencia ante quienes se creen dueños de la verdad, por mucho palmarés que atesoren.

«El problema sería Mourinho». Que se creyó Rey de Reyes en esto de los 11 contra 11, nada más enterarse de que tenía lugar preferente en el banquillo del «mejor club del siglo pasado». Y permítanme que dude ahora, en esta nueva etapa con los blues, de que no le pase factura tanta inmodestia acumulada. Más de lo mismo, también de ayer: «Torres hasta el momento ha estado así así. Algunos esperarían más de él por su potencial y por lo que hizo antes, pero no lo ha hecho tan mal como muchos a veces tratan de hacer ver. Hay un equilibrio», expresaba ayer en las páginas del rotativo Daily Mirror. A repartir titulares no le gana nadie. Ahora Torres, ayer Iniesta. A falta de títulos, buena es la polémica populista. De barra de bar, de terraza de Praça do Comércio.

¿Y si, volviendo a las declaraciones del principio, cambiamos radicalmente la orientación del pase? Dígase sustituir «futbolista» por «técnico». Así quedaría: «Si eres un entrenador egoísta, si no te importa el club, tampoco los aficionados o la imagen que puedas dejar... tendremos un gran problema». Ojalá que no sea así, «egoísta de Setúbal».