En el mes de julio tendremos un encuentro en El Escorial sobre este concepto de «posthegemonía» y por mi parte no pensaba escribir sobre el asunto hasta entonces. Pero la actualidad se ha anticipado y da claros indicios de que ya estamos ahí, en esa fase post. En todos los espacios y en todos los sentidos. En política interior y en política exterior. Lo que hemos visto en la entrevista del presidente chino Xi Jinping con Obama es un inicio de la posthegemonía, porque Estados Unidos ha confesado abiertamente que desea dirigirse hacia una nueva forma de relaciones internacionales. Como ha declarado de forma expresa el presidente Obama, las responsabilidades mundiales son ya de tal índole de complejidad, que no pueden ser abordadas por un solo país. Parece una aceptación anticipada de que se ha acabado la época de hegemonía mundial de Estados Unidos, visible desde 1989. Pero en lo inaudito de este gesto se encierran algunas cosas que conviene pensar.

Hegemonía es la base real, unívoca y operativa de poder que ofrece la posibilidad de tomar decisiones formales violentas, legales o simplemente coactivas. Tan hegemónico fue invadir Kuwait como Irak, bombardear Serbia o intervenir en Chile. La hegemonía puede canalizarse a través de la ley o no. En un caso o en otro, se supone que nadie obstaculizará la decisión, y por eso es hegemónica. Hegemonía es lo que hace irresistible al poder irresistible. Allí donde hay un poder coactivo, sólo tiene razones para esperar obediencia si cuenta con la adecuada hegemonía, un poder plural, social, civil, militar, que extienda la obediencia y predisponga a ella, ya sea porque incline a ceder o porque desanime la resistencia. Puede hacerlo de forma legal o forzando la legalidad tanto como sea posible, pero siempre sin llegar a la ilegalidad, salvo en casos excepcionales. Por eso, el poder hegemónico puede fácilmente considerar que lo esencial es su dimensión pacífica y que el aparato legal que controla y domina es sencillamente una forma flexible de expresar justo aquello que demanda su sentido de las cosas. De ahí que con frecuencia el concepto de hegemonía se confunda con el de soberanía. En muchos casos, el poder hegemónico es el único que de verdad goza de soberanía, y por eso es inevitable que humille en diversa intensidad a los demás pretendientes de la soberanía.

Lo que ha dicho Obama es que Estados Unidos no puede ejercer la soberanía mundial en soledad y que por tanto renuncia a la hegemonía. Acepta libremente contar con China. No podrá decidir de forma unilateral. Lo nuevo es que él mismo se coloca en una posición de posthegemonía. Acordémonos de la monarquía hispánica: sólo perdió la hegemonía cuando fue derrotada en 1648; o del imperio de Bonaparte, que sólo se hundió tras Waterloo. Como si deseara aprender de todos los demás imperios conocidos, que aceleraron su ruina justo cuando quisieron prolongar su tiempo histórico, Estados Unidos renuncia a la soledad de la hegemonía y se aviene a compartirla con China. Sin embargo, al no venirle impuesto por sus enemigos, ni por una translatio imperii formal, ni por una derrota militar, este gesto es el último acto de su propia decisión soberana. Una posthegemonía hegemónica destinada a prever nuevas formas de supervivencia.

Esto ya nos ofrece el corazón de nuestro concepto. Posthegemonía no significa que haya acabado la hegemonía real, sino que se abre el escenario en el que todos los actores ya se posicionan en una situación dominada por poderes duales, donde aquellos sólo tendrán que temer los efectos de su conducta si se desprotegen ante ambos poderes a la vez. Como es natural, aquí estamos en el momento en que todos los demás agentes pueden arriesgarse con prácticas oportunistas, a condición de que jueguen en equilibrios continuos. Esto es posible porque ya no es unívoco el punto de mira desde el que se puede describir lo hegemónico. Alguien puede tener la supremacía militar pero no la económica, y puede desafiar a un poder en lo económico siempre que sea fiel en lo militar. Alemania ha echado un pulso a Estados Unidos en el terreno económico porque venía apoyada por China, pero también porque no da un solo motivo de deslealtad en lo militar. E incluso alguien puede tener las dos supremacías, pero todos los demás actores sabrán que ya es cuestión de tiempo que deje de tener alguna de ellas, y se prepararán para ese escenario.

Cómo alterará la posición de partida el ingreso en un horizonte dual, dependerá de la inteligencia de los dos actores principales, pero también de todos los demás y de su forma de aprovechar los resquicios del sistema. Al mismo tiempo, será complicado calcular si la previsión de perder una supremacía en un futuro inminente inaugura una temporalidad acelerada que lo acorta. Porque la entrada en un universo posthegemónico tiene que ver con la neutralización de las formas limitadas en que se va a luchar entre las dos potencias. La forma de la guerra ya no será ni de movimientos ni de posiciones, ni la guerra preventiva, como han sido las formas de disputar la hegemonía hasta el presente. Por lo pronto, ya está claro el espacio en el que se va a dar esa lucha. No será por la tierra, ni por el agua, ni el aire, ni por el fuego celeste de una guerra de misiles-antimisiles. Las formas de la guerra y su relación con los espacios naturales ya han quedado atrás. La lucha imperial no definirá un Nomos de la Tierra, como dijo Schmitt. Sabemos que la lucha posthegemónica es la lucha por el espacio virtual informático.

Aquí las potencias duales luchan con la misma intensidad por la información, sabiendo que ahí es donde se juega el tiempo de la supervivencia, sus aceleraciones y sus retrasos. Como es natural, la información más buscada será la que dé testimonio de las relaciones entre todos los actores. EEUU luchará a su manera, controlando la libertad; China a la suya, censurando desde una instancia central. Esta diferencia es simétrica con esta otra: una desplegará el libre movimiento de sus tropas por el mundo; otra prometerá no sacarlas de su país. Ello ya nos indica que avistamos unas relaciones internacionales completamente nuevas, y esto que hay de inédito en este escenario define la estructura de la posthegemonía, pues este dualismo no tiene nada que ver con el de la Guerra Fría. Tan pronto como nos damos cuenta de que el pacto reposa sobre esta diferencia asimétrica militar, pero recíprocamente disuasoria, descubrimos la novedad.

En todo caso, no sabemos lo que puede significar el nuevo juego y eso es justo lo que se quiere decir con la expresión posthegemonía. Se trata de unas relaciones en las que no podemos ignorar todo lo que sabemos de la hegemonía, pero tampoco podemos estar seguros de que eso nos sirva de algo. Una novedad que no puede dejar de ser percibida sólo a través de la lógica de lo antiguo, pero que no basta con esa lógica de lo antiguo para percibirla bien. Eso es nuestro mundo, en todo caso mucho más complejo que todo lo visto antes. El tipo humano que salga de él, y si será capaz de mantener un sentido de la dignidad humana compatible con la democracia, eso es lo que nos jugamos. Y mucho dependerá de que entendamos bien la nueva situación.