La intimidad de las personas siempre ha estado asediada. Al final la sociedad no es otra cosa que la organización de ese asedio: un sistema de círculos, controles, observaciones, miradas, juicios de unos sobre otros. A la compilación de esos juicios se la conoce como moral. Todo acechante o cuchicheador es un moralista, aunque ni él mismo lo sepa. Frente a todo eso se ha inventado la intimidad. Ahora la nueva amenaza a la intimidad está en la nube, un depósito ilimitado de todo cuanto hablamos, escribimos y hasta pensamos, pues la línea de puntos que une lo que hemos buscado a lo largo de una vida en Internet dibuja nuestra alma, las pulsiones visibles y secretas de una mente. Nos vamos enterando de que ya está al alcance del gran poder ordeñar esa nube, y saber todo de cada uno. Nuestra intimidad quedará almacenada para siempre, pero ¿no es un modo también de inmortalidad?