Cada vez más frecuentemente tenemos la sensación de que pertenecemos al club de incorregibles aficionados a las predicciones equivocadas. Creíamos que la combinación de islamismo moderado y democracia plural con una Constitución laica era un modelo a seguir para los países de mayoritaria población musulmana. No tuvimos en cuenta las varibles ocultas de cualquier predicción. No prestamos atención a los primeros síntomas. Erdogan con sus mayorías electorales había intentado cambiar la Carta Magna pero fracasaron sus negociaciones porque el sentir mayoritario es no tocar la Constitución de Atatürk. Aumentaba el número de periodistas detenidos. Intentó poner fin a la prohibición de llevar el velo islámico en las universidades y se encontró con la oposición de los tribunales de justicia que lo consideraron anticonstitucional. Quiso volver al adoctrinamiento del Corán en las aulas y sus funcionarios empezaron a amonestar a quienes se besaban en público. Puso en marcha una nueva legislación que limita la promoción y el consumo de alcohol y las jóvenes generaciones advirtieron que se atentaba contra su estilo de vida. Inició la construcción de un tercer puente sobre el Bósforo que recibió el nombre de Salim el Valiente, el sultán que conquistó Egipto, considerado enemigo ancestral de los alevíes y se enfrentó a esa minoría que representa el 10% de su población.

La ruptura del tejido social se hizo evidente con la desproporcionada represión policial contra los jóvenes que ocupaban el parque Gezi para defender sus 600 árboles de la reurbanización veloz y del «desarrollo económico que todo lo destruye». La dureza de la policía contra los ocupantes del parque Gezi desencadenó la actual protesta masiva contra el autoritarismo. La reacción de Erdogan ha sido la de dividir a la gente entre sus votantes y los manifestantes tildados de saqueadores y terroristas. Sigue culpando a la prensa internacional y a las redes sociales de la situación. Si moviliza a sus partidarios aumentará la tensión e incrementará los riesgos de caer en la cultura del linchamiento contra las opiniones diferentes.

El escritor Pamuk ha apoyado las protestas: «Ver a la gente no olvidar sus recuerdos ni su derecho a la protesta política me da esperanzas». Respaldaba así el coraje de los jóvenes y las mujeres de Estambul en defender la sociedad plural de la que gozan. Quieren mantener la diversidad cultural de Estambul entre turcos, griegos, armenios, italianos, judíos y que se respete el Estado de derecho y los derechos humanos. Son conscientes de que lo que somos es la historia de las libertades y derechos que defendemos, de que la cultura oriental y occidental son la misma cultura.

Necesitamos los lugares, la ficción y los museos para hacer frente al olvido y mantener los espacios reconocidos de nuestras ciudades. Sabemos que es imposible recrear el pasado pero hay lugares en que todo parece posible, como en el Museo de la Inocencia. Un lugar donde realidad y ficción se encuentran de forma inesperada gracias a Pamuk. Un museo pintado color rojo oscuro en la calle Çukurcuma que es la representación visual de la historia de amor de dos personajes de ficción: Kemal y Fusum. Cada capítulo de la novela cuenta con un panel de objetos, sonidos e imágenes que recrean la historia de la ciudad de Estambul durante las década de los cincuenta, sesenta y setenta. Estos dos personajes de ficción son personas cercanas a nosotros. Son nuestra vida, nuestros objetos, nuestras fotografías las que vemos allí. Un espejo de dos países con esplendorosos pasados, en la periferia de Europa, que tuvieron dictaduras militares, con su vocación europeísta, dos países en la última frontera con destinos paralelos compartidos.

Al finalizar la visita al museo caminamos hacia la mezquita Pequeña Santa Sofía en el barrio de Kumkapi en Eminonu junto al mar de Mármara. La mezquita fue anteriormente iglesia ortodoxa dedicada a San Sergio y San Baco, los dos patrones cristianos que tenía el ejército romano. Delante del edificio hay un pórtico, un pequeño jardín y una fuente para abluciones. Las viejas celdas de la escuela coránica han sido transformadas en talleres de artesanos, hay una tienda de caligrafía, de encuadernación de cuero, de papel veteado con juegos florales. Bajo la parra del patio de la mezquita hay una tetería. Así debió ser también la vida cotidiana durante siglos en el Albaizyn. Hacer de lo vivido lo cantado y de lo cantado lo vivido mientras suena la voz de Sezen Aksu que canta «Istanbul, Istanbul Olali». Necesitamos del «viento de Suroeste» para borrar «su recuerdo y su amargura». Mientras nos perdemos en Topkapi y en la Alhambra, en el Paseo de los Tristes y la Cuesta de los Chinos y vemos el fulgor cobrizo de los colores de la Alhambra desde el Mirador de San Nicolás.

Erdogan llamó a los manifestantes «çapulcu», término peyorativo que quiere decir algo así como «merodeadores sin domicilio fijo». Se olvidó de la memorable sentencia que aparece en Las mil y una noches: «El mundo es la casa de los que no la tienen, de quienes viven en la miseria».