Cuando voy en autobús, por Irene Díez

Soy una estudiante de dieciséis años y cada día voy en autobús. A veces soy testigo de situaciones que me violentan y me hacen sentir incómoda. Cuando voy a subir, procuro dejar pasar a las personas mayores para que tengan que esperar menos. Luego, saludo al conductor; que me mira sorprendido, esboza una tímida sonrisa y me contesta. Después, valido mi billete, una acción que parece sencilla y corriente, pero que no lo es tanto. Me gusta observar a la gente. Normalmente hay chicas jóvenes como yo charlando felizmente en sus asientos, sin darse cuenta que hay de pie una mujer embarazada con un niño pequeño esperando a su lado; o un adolescente medio dormido con unos cascos puestos que no quiere ceder su asiento a un ancianito con bastón. Y me da pena ser tan impotente en estas situaciones, tenerme que resignar sin poder hacer nada más que escribir esta carta. Me da pena vivir en una sociedad egocéntrica.

La responsabilidad del comprador, por Antonio Romero Ortega

En el juego de la oferta y la demanda en una economía de libre mercado (y en cualquier otra, diría yo), el factor moral influye muchísimo más de lo señalado por los analistas, quienes, dando muestra de escasa sensibilidad y perspicacia, suelen ignorarlo.

Efectivamente, la amoralidad de buena parte de los consumidores es la que hace posible que los malos vendan más que los buenos; que los narcoterroristas medren y se enriquezcan; que los paraísos fiscales (como el de Gibraltar) prosperen y, así, se haría una interminable lista. Es muy cómodo, no obstante, echarle la culpa de todo a los políticos a quienes, precisamente, es el infalible pueblo el que los elige.

Un inciso. Si los consumidores indios no hubieran obedecido a Gandhi que propugnaba el boicot a los hilados ingleses, la India seguiría siendo parte del imperio británico.

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