Vivimos instalados en la vorágine informativa, en la actualización permanente, en lo que los teóricos han convenido en llamar el ciclo de las 24 horas: noticias que nacen, se desarrollan, mueren en un día y pasan al olvido sin dejar poso con la misma fugacidad con la que desfilaron ante nuestros ojos. Para algunos, esas noticias rápidas son la antesala, la incitación a disfrutar de una información más sosegada, más reflexionada, pero para otros, las «fast news» son la única aproximación a lo que acontece, la única toma de contacto con la información, su único punto de vista en torno a la realidad.

El cada vez mayor peso de las noticias rápidas, del ciclo de vida de 24 horas y sus microciclos de actualización, tiene por tanto algunos riesgos que los periodistas debemos tener muy presentes, especialmente dos de ellos.

Por un lado, el peligro de convertir esas noticias rápidas en una sucesión de especulaciones para mantener vivo el interés informativo durante las horas en que la información «sigue consumiéndose», como marca ahora el argot. Suposiciones y conjeturas para alimentar la curva de audiencia hasta el momento en que Google Analytics empiece a indicar en tiempo real que el interés está decayendo y pasar entonces a otra noticia emergente que permita recomenzar el proceso. Justo como en 50 Primeras Citas, aquella película en la que una atractiva Drew Barrymore se despertaba cada día habiendo perdido toda la memoria del día anterior y Adam Sandler tenía que reconquistarla continuamente.

En ese proceso de actualización de la información que nos exige ese ciclo de vida tan corto debemos ser muy cautelosos y no renunciar a las bases fundacionales del periodismo. La información rápida no debe ser ajena a esos fundamentos y hay distintas formas de enriquecer una información sin caer en la sucesión de presunciones e hipótesis, dando paso, por ejemplo, a cronologías, mapas, informes completos, informaciones relacionadas, casos parecidos que sucedieron antes y cómo concluyeron y qué impacto tuvieron, servicios nacidos de la combinación de dos o más fuentes (mashups), o incluso todo lo que de positivo pueda aportar aquello que de manera notoriamente incorrecta hemos denominado en castellano como curación de contenidos (del inglés content curator), que permite, si no avanzar en profundidad, si dar una visión de 360 grados de la información, con sus aristas y peculiaridades. Datos de muchas fuentes bien seleccionadas que permiten contextualizar la información y preparar al lector para un análisis posterior, un análisis que no siempre es posible acelerar, porque a veces se necesita tiempo, reposo para que los bailes de cifras o declaraciones acaben y pueda analizarse su sustancia. O, sencillamente, porque, en ocasiones, el balance de la tempestad sólo puede hacerse cuando llega la calma.

Y es precisamente ahí donde arranca el otro riesgo, no ya el de desarrollar esas noticias o reportajes profundos y hacerlo con calidad, que se presupone, sino el de no ser capaces de, en ese vórtice inicial, incitar al lector para que vea en esas píldoras rápidas no un fin, sino la puerta de entrada a una información sosegada, más detallada, al análisis que le explicará las implicaciones que esa noticia va a tener. No de una manera burda ni creando dos realidades paralelas sin nexo de unión, sino siendo capaces de que el lector sienta la necesidad de profundizar, de interesarse por ese análisis que sólo el paso de las horas permite, de guiarlo, de acompañarlo, para que descubra, en definitiva, que también hay, pese a todo, información reposada en este mundo acelerado.