La ciudad se dejó morar por la niebla al final de semana, sedando la luz pre veraniega que inunda estos días expectantes. Tras la inversión térmica, entre la bruma velada, las gaviotas acometen a los viandantes por la pérdida de sus nidos -singular presagio- en calle San Agustín; al tiempo, y, de forma inaudita, chozpó un toro en la avenida de Europa -aleatoria causalidad de animal y continente de vía- para aumentar el sobresalto de una identidad en entredicho, alimentada de tanta adversidad generada por los grupos de presión emocional en los que se han constituido las formaciones de nuestros electos representantes; esa casta que llega tarde a saltar al ruedo europeo para defender unos intereses que restablezcan la confianza en la estabilidad y solidez de este escenario, ensalzado por el rebalaje histórico de su propia marea.

La semana para todos viene muy selectiva, especialmente para los insomnes estudiantes soñadores que están, entre chocolatinas y mucha agua, afrontando esos exámenes -con los días contados- tan temidos como viables que les darán acceso a la Universidad: Centro donde desplegarán sus alas intelectuales para ir adquiriendo un vuelo que, lamentablemente -si no lo remediamos-, les conducirá a aterrizar sus proyectos profesionales y personales en otras tierras muy distantes de esta cuna huérfana en la que han convertido a Málaga, a Andalucía€

La selectividad también la padecemos los ciudadanos de forma cotidiana con las pruebas de aproximación a una sociedad habitable, a las que nos tienen sometidos los aventajados opositores a la vida pública, la clase política. Entre tanto, oigo al torero Cartucherita que dice: «-Pues tú verás€ ¡chavó y qué cosita esta que me pasa, que no tiene principio ni remate!... Echa más vino, a ver si el vino me ilumina». A nuestro poeta y narrador Arturo Reyes in memóriam.

*Ignacio Hernández es profesor