El secreto de un personaje es que se acabe estableciendo con él una relación sentimental. El sentimiento puede ser de amor, de odio, de miedo, de amistad, de atracción, de repulsión, de admiración, de compasión, o una mezcla en las dosis que sea, pero lo que cuenta es la intensidad emocional. Un personaje no es exactamente una persona, tiene una doble impostación, la de persona y la de personaje, pero entre las dos máscaras se forma un aura. Mi amistad con James Gandolfini, tierna y lo justo de distante (como son las mejores), empezó con su impagable papel de ganster homosexual en The Mexican. En aquella película ya me pareció muy injusta su muerte, y desde entonces tengo una cuenta pendiente con Brad Pitt. Luego queríamos pensar, con el final abierto de Los Soprano, que Gandolfini ya no podría morirse nunca: un superviviente de la cabeza a los pies. Y ahora, de pronto, esto.