La Orquesta Filarmónica de Málaga tiene hoy la firme intención de volver a conquistar al público. Y remarco lo de hoy, porque ayer no era o no parecía ser así. Durante los últimos años, la primera orquesta de la ciudad ha vivido un alarmante descenso en el número de abonados y ha visto cómo en muchos de sus recitales los vacíos en el patio de butacas clamaban un cambio de rumbo, no en lo artístico, puesto que la calidad de la formación siempre ha mantenido un nivel de exigencia y rigor acorde a su categoría, pero sí en lo referente a su oferta, su política de precios y su capacidad de comunicarse con la ciudadanía. Esta pérdida de espectadores, unida a varias crisis internas entre el maestro Edmon Colomer y los músicos, desembocó finalmente en la no renovación del catalán. Dicen que firmó por tres años «no renovables», aunque él sostiene que cuando rubricó su compromiso, su renovación era una posibilidad. Hoy no lo es. La situación por la que atraviesa la orquesta no ha propiciado que Colomer continúe y ayer la OFM presentó un nuevo curso en el que cada concierto estará dirigido por un maestro distinto y en el que no abundan las obras desconocidas, una de las señas de identidad del director saliente.

Puede que la valentía de Colomer al interesarse en la difusión de obras poco populares, pero «no por ello menos valiosas ni menos necesarias de ser divulgadas», le haya costado el puesto. Su decisión al respecto podría analizarse y debatirse, pero no criticarse. Pero lo imperdonable en una institución que hoy recibe más de cuatro millones de euros -en el pasado eran casi seis millones- es el descarado desinterés mostrado hacia su público durante tanto tiempo. Y claro, cuando el público habla dándole la espalda a la orquesta, ahora hay que reencontrarse con él. «La razón de ser de la orquesta», dijeron ayer sus responsables sobre la importancia del público. Ahora se va a aplicar una nueva política de precios con descuentos. Ahora se va a incrementar la presencia de la OFM en las redes sociales. Ahora se van a proponer programaciones «más amables» para el gusto de los aficionados. En definitiva: ahora el público importa. Damián Caneda dijo ayer que también las taquillas de los teatros, los cines y los conciertos en general han sufrido importantes pérdidas. Razón no le falta. Lo que ocurre es que ni las compañías teatrales, ni las productoras audiovisuales ni Alejandro Sanz reciben de los fondos públicos el 98% de su presupuesto. Y por eso la Filarmónica debe afinarse con más ahínco y no perder nunca su vocación pública: su verdadera razón de ser.